lunes, 11 de junio de 2012

Entrega #4


Canciones Yolofas










 

ENLAZANDO AL VIENTO



Qué lenta se hace la espera
cuando se espera con ansias
poder saber la respuesta.
Con ansias el horizonte desgasto
al aportar segundos la indecisión
a esta incertidumbre que agobia.


 RELATIVIDAD


¿De donde vas a venir
si tú nunca te has ido de mi mente?


SER ESENCIAL


El gentilicio de la gente Caribe debería ser poesía
porque de versos está llena su alma.
Soñadores también podría ser, serenamente fantasean y es la felicidad.
Su gran tesoro es la imaginación: silvestre, tangible y en cada palabra.
Es el alma mejor acoplada al cuerpo.
El mar diseña, el sol cincela y la luna actúa meticulosa en el detalle.


RECIPROCIDAD


A quien le importa tu suerte, sino a mi.
Quien abrirá los portones a tu buen futuro, sino yo.
Quien se especializó en sueños
para que tu presente tenga eventos dignos de enmarcar:
quien hijo, dime quien, sino yo.
Ayúdame ahora, simplemente aceptando mi ayuda.
Mañana también te ayudaré, simplemente aceptando tu ayuda.



MOMENTOS PERDURABLES


El agua, la misma; cambian las olas: movimiento en esplendor.
Detenido el tiempo, detenido el movimiento.
De suceder tal circunstancia, ojalá sea en un instante como este:
mirándonos extasiados, tomados de las manos.



Trayendo a colación

Parte de la segunda parte de una novela en proceso


EL PROFESOR DE FILOSOFIA


-¡Hola Petrona! ¿El abanico es de los buenos?

-¿Quién te comentó? ¿Jimy?... ¡Tenía que ser él!

-Nada, simplemente lo sé.

-Entonces eres adivino, no hay de otra..


Cuando llegaba al pueblo los lunes, lo primero que hacía era dirigirse a la casa de Petrona, primero la saludaba y después le hablaba del hecho más relievante sucedido durante su ausencia en donde ella, de cualquier manera, tuviera alguna incidencia.


-La discusión de ayer estuvo animosa, ¡te la comiste toda!

-¡No friegue, ya me estás asustando!


Carlos pensaba que vendiéndole la idea de que todo lo sabía, ella seguiría la senda que estaba estableciendo. Para todos los escenarios tenía de complice a Jimy, a quien le interesaba gozarse el momento más que nada porque en el pueblo no tenía otra cosa que hacer. Lo que ella no sabía era que ellos se comunicaban por radio teléfono cuando él salía del pueblo.


-El sábado hubo sancocho de gallo giro, ¿le gustó al hombre?

-¿Cuál hombre? Trajeron el gallo que perdió y… ¡hasta sabrosa quedaron las sopas!


Un jueves, Carlos llegó a desayunar según la hora de costumbre, aún no había terminado de dar los buenos días y ya  Casilda, la del restaurante, le estaba informando que era el feliz ganador de la rifa de los miercoles, "seguro, salió el uno cero nueve, el que tú siempre apuntas”. Se acordó entonces que antes de entrar al baño le había entregado la boleta a Buricho, el dueño de la casa donde estaba hospedado: “toma, averigua en que salió la lotería”. Al asegurarse de ser el verdadero ganador le dijo a Casilda, “vaya poniendo el desayuno, ahora regreso”, y salió a buscar la boleta. Buricho se extrañó al verlo, “¿y esa vaina, qué te picó?”, inquirió. “Es que la muchacha de la rifa botó el bolso donde tiene los talonarios y necesita saber los números vendidos”, le contestó. “¡Te la ganaste!”, replicó Buricho levantándose del taburete. El caso no se mostraba tan sencillo, entró al cuarto tratando de mostrar la mayor serenidad posible, pensó en la siguiente estrategia e hizo la pantomima de salir a la calle comentando, “bueno, allá ella, quien la manda a ser tan descuidada”. El hombre tampoco se tragó el segundo lance y repitió, “te la ganaste”. A Carlos no le quedó otra opción, siguió la trama alcanzando la calle, empezó a dialogar con un amigo común sabiendo que en segundos serían tres las personas reunidas, y en efecto, al rato fueron tres las personas reunidas. Momentos después, sin dar muestras de interés dijo, “se me está haciendo tarde, nos vemos después de clases”, caminó cinco metros y de repente se devolvió diciendo, “Buricho, en serio, vamos a hacerle el favor a la muchacha, dame la boleta”, éste la sacó de un bolsillo del pantalón sólo con la intención de salir de dudas preguntándole sobre el número favorecido al amigo común, quien dijo no saber pero que le mostrara la boleta, fue cuando Carlos le arrebató el papel de la mano afirmando, “sí, me la gané”; citadas palabras fueron acompañadas de sonoras carcajadas.


El premio consistía en cincuenta mil pesos, de los cuales le entregó cinco mil a Buricho, mil a la vendedora del número y mil al amigo común por los favores recibidos.  Programó para el fin de semana la celebración del acontecimiento en el pueblo. Hubo trago y comida. La cuenta se alargó a tal punto que gastó todo cuanto tenía y quedó debiendo más de cinco mil pesos, hecho que no lamentó de ninguna manera porque Petrona siempre estuvo a su lado. Fue la primera vez que le falló a la familia un fin de semana. Desde esa ocasión empezó a dormir acompañado en otra casa; el corazón desechaba, indolente, las nostalgias de estar lejos de casa apretujando todo espacio abierto con las vivencias de su nuevo romance. Cada vez viajaba menos. Jimy se lamentaba de haber perdido el esparcimiento de los lunes ante la nueva situación, aunque ahora tenía donde comer mejor y seguido.         


La relación familiar se tornó cada vez más delicada; su contrariada esposa, usando la intrepidez femenina razonada, tomó la decisión de averiguar que tan turbulentas eran las aguas que daban inestabilidad al hogar; en tales circunstancias llegó al pueblo llevando los dos hijos para lo pertinente. Petrona, mejor posicionada en los afectos de Carlos y para evitar el potencial escándalo, bién sabía que el pueblo no tardaría en satirizar, le dijo, “ahí está, que sea él quien escoja… y si te señala a ti, me hago a un lado, de eso puedes estar segura”. Carlos no señaló a ninguna de las dos, sólo se limitó a bajar la cabeza, lo cual fue interpretado por la esposa como señal de que ya nada justificaba los reclamos y se marchó con los vástagos. Él quedó acongojado durante varios días; Petrona, temiendo el retroceder de las acciones, en varias opurtunidades le dijo, más para presionar, “mijo, no te tengo amarrado, puedes irte detrás de ella si quieres”; él siguió ahí, donde mismo lo establecieron. Meses después supo que la esposa se había marchado para Venezuela dejando los retoños donde una hermana.


Estaba pensando, cualquier mañana de domingo, lo feliz que era almorzando con su familia en Las Flores, disfrutando la playa, o simplemente visitando parientes en un día parecido a ese, cuando Jimy lo interrumpió para decirle que, “anoche el señor Nestor me habló que hace años, después de las siete de la noche salía una bola de luz que se movía despacito… ¡es verdad, me juró!”; Carlos no le dio importancia al comentario. “Hey, bola de luz, ve a la tienda y trae tres cervezas bién frias”, le dijo a Jimy, y dirigiendose a Petrona, “coloca música que hoy es domingo”.     


Nestor era el vigilante del colegio, Carlos lo buscó el lunes para decirle que dejara de inventarle cuentos a Jimy porque éste se sugestionaba facilmente. “Es cierto, yo mismo la vi muchas veces, era del tamaño de un balón de futbol, emitía una luz blanca que se hacía más intensa cuando se detenía y en ocasiones, mucho más intensa, porque eso sí, siempre iba de un lugar a otro”, dijo el señor Nestor. “¿Cómo así?”, preguntó Carlos. “Sí”, siguió el vigilante, “en verdad no daba susto, aquí empezamos a decirle ‘la cosa aquella’ y se hizo tan familiar que la gente hablaba de ella con naturalidad: compa esta madrugada cuando iba en el burro a ordeñar, ‘la cosa aquella’ se me paró enfrente como si me estuviera mirando; tales eran los comentarios”. El caso fue tomando interés, lo que rebotó del entendimiento de Carlos fue que llevaba dos años siendo profesor de filosofía en el pueblo y por primera vez le mencionaban el asunto siendo tan extraño y de tamaña magnitud, a lo cual el señor Nestor le comentó, “profe, creo que el pueblo entero ya olvidó, yo me acordé de todo porque el viernes en la noche algo que se iluminó y se apagó a cierta distancia, aunque no se movió, me la recordó”.


‘La cosa aquella’, en la época de las apariciones, todos los días salía del mismo lugar apenas oscurecía, se detenía por varios segundos debajo de un inmenso campano, luego proseguía hacia el sur bordeando el río. De ida siempre viajaba a la misma altura, línea directa y a velocidad constante, excepción de cuando se aproximaba a las cercas de alambres de puas, las que eludía elevándose lo necesario, inmediatamente retomaba la misma altura para continuar el viaje. No intimidaba y ninguna persona salió lastimada por acción suya. Solo existió el caso de una perra azabache que apenas la veía empezaba a ladrarle y perseguirla durante su desplazamiento; el fuerte ladrido del comienzo se hacía menos audible en la misma proporción que se alejaban, hasta desaparecer por completo; el único ser viviente afectado: fue quedando seca día tras día hasta morir. El ladrido ecercándose anunciaba el retorno de la bola de luz en la madrugada, el cual lo hacía variando la altura y la dirección, daba la impresión de estar buscando algo, paraba por varios minutos en lugares que al parecer le eran de sumo interés. Antes de llegar la claridad del día, tomaba el camino de donde salía al oscurecer. Carlos, consciente que podía ser fábula, de todas formas se propuso esperar tanto al anochecer como en la madrugada, una fuerza extraña lo empujaba. De madrugada, después de varias semanas, divisó una luz que venía en su dirección,  inicialmente pensó que alguien se aproximaba alumbrando el camino con un foco de mano, pero a medida que se acercaba la luz, descubría que lo esperado estaba llegando: tal cual le comentó el vigilante, no hubo temor. La bola de luz se paró delante de él a la altura de los ojos, sintió un leve calentamiento en la cabeza, después sólo recordaba que la tuvo tan cerca de la cara que pudo haberla tocado de habérselo propuesto.


Desde el encuentro con ‘la cosa aquella’, Carlos empezó a manifestar cambios en su comportamiento. Pasaba la mayor parte del tiempo libre leyendo; parecía estar preparándose para doctorarse de filósofo. La conciencia despiadada, paulatinamente disminuyó el castigo inherente al abandono de la familia. En las clases casi que aborreció a los pensadores incluidos en el pensum y cuyas doctas lucubraciones resultaban atractivas para ser dilucidadas, a cambio analizaba mayormente las ideas que brotaban de su mente, fue así como el día que dijo que en la vida se és una vez lo que somos y nada más quienes somos, un estudiante le infló el ego comentándole que estaba totalmente de acuerdo con él, porque si llegare a ser usted, profesor, dejaría de ser yo. El antiestudiante por excelencia, Gulfran Amadeo, después de escucharle decir, “quien se levanta tarde, no participa en el diseño de la agenda”, se sintió aludido y lo increpó: “oiga, en vez de estar gastando el tiempo en tanta pensadera, mejor encárguese de sus hijos. Aplique la filosofía de la protección familiar.”


Petrona, con los sentidos en alerta máxima, buscaba la causa del inusual comportamiento; Jimy quedó a su completa disposición para rastrear cualquier pista que diera luces, lo suficientemente claras, direccionadas a despejar la incógnita. “Lo estoy perdiendo”, le decía, “ayúdame a rescatarlo”. El primer fin de semana que Carlos viajó después de haberse establecido completamente en el pueblo, lo hizo con la excusa de ir a visitar a sus hijos. Volvió al pueblo el lunes, no dio ninguna explicación, no le interesó ser adivino, ni siquiera contestó a la pregunta de cómo había dejado a los niños.


Esperando un segundo encuentro con ‘la cosa aquella’, el profesor de filosofía exploró la memoria buscando lógica a lo sucedido aquel lunes festivo de hacía muchos años: se levantó demasiado temprano para ser festivo, una excelente idea había anidado en su cerebro, dispuso todo de acuerdo con la labor a realizar y cuando estuvo sentado frente a la máquina de escribir, le entraron deseos irresistibles de irse para la playa. La hoja estaba dispueta a recibir letra por letra las palabras que formarían la buena ocurrencia, no  obstante, la invitación hecha por el mar lo hizo brincar la frágil frontera que separa el sentarse a trabajar, del lo haré despues, y la historia se quedó esperando algo que tal vez la hubiera marcado; el consuelo fue que lo haría al retornar, desconociendo entonces que en estos andares, el pensamiento debe ser  aprovechado justo a su llegada y no dejarlo al capricho de un estado de ánimo. Regresó de la playa exahusto, miró la máquina de escribir, la hoja acomodada ofreciendo su blancura; las ganas y la idea se habían marchado. No recordaba ni un ápice  de la inspiración tenida, algo que ahora parecía le hubiesen dictado; desde luego, siempre le causó pesadumbre el trocar ese pensamiento original por un día de asueto. El esperado segundo encuentro nunca ocurrió.


El complejo de culpa avivado por Gulfran Amadeo, asignó al profesor la obligación de solicitar el traslado a otra localidad donde pudiera ejercer sin la presión del error cometido. En la despedida, el rector del colegio le informó sobre la necesidad de asisitir a un evento que se llevaría a cabo en el castillo de Salgar el trece del proximo mes: “bajo ningún punto de vista debes faltar, la esfera de luz invita”. Petrona y Jimy quedaron sujetos a la promesa de que volvería por ellos cuando las condiciones estuvieran dadas. Al día siguiente de haberse marchado Carlos, Petrona se levantó asorada, Jimy la asustó con los fuertes golpes que dio desesperado en la ventana del dormitorio porque en la puerta habían pegado un papel. La barriga le incomodaba, aun así salió en cuanto pudo. ¿Qué dice?, le preguntó él. Ella le contestó mintiendo mientras arrancaba el letrero: “Resígnate, son las mismas lágrimas que otros ojos también derramaron”.


Lo narrado aquí es totalmente verídico y comprobable: en mil novecientos noventa y uno, la Lotería del Atlántico tiró dos veces el ciento nueve en menos de dos meses; la primera vez, Carlos se quedó esperando a la muchacha de la rifa porque ella estaba enferma y la mamá, quien la reemplazaba en tales circunstancias, no se encontraba en el pueblo, busco entonces al vendedor del chance, y cuando éste estaba anotando el número, le hicieron una fastidiosa broma y se fue molesto sin hacer el apunte; la segunda, el gane de los cincuenta mil pesos que dejaron al profe endeudado y sin familia... ¡Vayan al pueblo y pregunten!


Palabras en el columpio














Señor, regálame un poco de dificultad para poder seguir evolucionando.

La realidad Caribe es la única ficción con la que he estado en contacto.


Si van a entrar a una habitación que supuestamente debe estar vacía, háganlo con precaución, no sea que adentro esté alguien. Lo grave es que cuando franqueamos desprevenidos la puerta, ese alguien muy inconciente se levanta para saludar; ya son varias las ocasiones en las que me ha tocado recoger el corazón del suelo.

Tengo tanto, que tanto no tengo.

¿Qué tal la película? No te puedo decir, se me empiyamaron los ojos desde el comienzo. 

Quien inventó los buenos modales me tiene en una situación incómoda: ¡ve, empieza a comer, yo te sigo!... ¿Qué?... ¿estás en las mismas? ¡Dios bendito se me quitó el apetito! En otra ocasión estaba masticando de la manera más elegante posible y me mordí el labio, pegué un grito y terminé trepado en la silla. Muy considerada, ella exclamó, “¡qué pena!”, y mirándome a los ojos: “la proxima vez, si es que la hay, vamos a las fondas del mercado”.

Alma de poeta, vida de cotero.

Señor Agustín, ¿de casualidad no tiene un billete de esos viejos que ya no esté usando?... ¡no importa, así me sirve!