CANCIONES YOLOFAS
COMPLACENCIAS
Si la distancia mediara entre nosotrosy la luna fuera llena, veámosla al tiempo.
Las miradas se encontrarán allá
los corazones palpitaran sincronizados
el espíritu estará complacido.
Si no existe distancia entre nosotros
tu mirada y la mía se vuelven una.
Nuestros cuerpos se confunden
los corazones palpitan desafinados
la materia subsiste complacida.
RELACIONES FRUCTÍFERAS
Alto, largo y anchoconforman las tres dimensiones.
De una cuarta, se comenta también.
Si existiere ésta, seductiva estuviese
en la relación del poeta con sus lectores.
Si el poeta se inspirare y asentase
sus seguidores leyesen, libre interpretación.
Después discerniesen e instauraren
comprobase por cierto con esto
que buen poeta en el éter hubiere.
SEMBRANDO EN LA HISTORIA
Deja que las ideas salgan desbocadasque cuando amaine la polvareda
se observarán muchas huellas esparcidas por el campo.
No las direcciones por los caminos humectados
que el temor a que se revuelvan los polvos
solo admite una constante
huellas impresas sobre huellas.
CALENTAMIENTO GLOBAL
Por qué, dígame por quéme ha tocado vivir, maestro
en este mundo tan inverosímil.
Qué libro bueno dice, por ejemplo
porque no se malgasta ni una palabra.
Siendo que la diferencia está alojada
justo, en esas palabras que refrescan.
Es como si todo se fuera en trabajo
y los días de playa no cupieran.
Se visualizan pues, nefastos efectos:
tala indiscriminada de metáforas
sequedad en fértil tierra de inspiración.
DILUYE ESE SILENCIO
La radiación que generala colisión de dos silencios
es, de hecho, inocua.
Tu silencio, partícula rara
aun en estado de reposo
emana ondas que afectan.
Evita acrecentar el daño
veo sencilla la solución
unas palabras bastan.
HISTORIAS QUE DESASOSIEGAN
Siempre viví convencido que el universo era perfecta armonía, hasta cuando tuve el desatino de conocerte.¿Cuantas mentes ocupadas en la búsqueda de la palabra agraciada para darle vida a un verso? ¿Cuántas en la concepción de un delito, esmerándose por la mayor distancia entre su acto y el mínimo riesgo de ser sorprendidos? Del producto de esas mentes, sin duda, mañana sabremos.
Me acerco a ti con mi piel encendida, y tú la apagas con el frío de la tuya.
Poeta sin lector sería yo, si a otro privilegiaras, permitiéndose observar de cerca tus absorbentes ademanes y, a tu pelo bailando con el viento.
Trayendo a colación
UN MÍNIMO ESFUERZO
“Soy el último reducto de inteligencia que le queda a la humanidad”, dijo, previa evaluación de las circunstancias. Sabía que el estado de alteración del profesor de Ciencias no resistiría una impertinencia de esa magnitud y se la había disparado al consciente, igual que la bala del sicario va a la sien de su víctima. Por supuesto, lo vio cambiar de color antes de verlo caer desmayado.
Todo empezó porque el profesor estaba extasiado explicando la forma en que los volcanes modificaban en ciertas circunstancias la superficie del planeta. Citando además, el nombre de dos islas que aplicaban para el caso en un pasado relativamente mediano, mientras él saboteaba la clase. Decidido a poner orden y haciendo alusión al tema, preguntó señalándolo que cual evento en el siglo veinte había inferido cambios a la geografía del planeta. Él, desenfocado contestó, “la segunda guerra mundial”. Ese instante entregó la sensación de que el tiempo se había detenido dentro del aula. Durante varios segundos reinó solo la expectativa. “¿Cuáles son sus metas en la vida?”, rompió el hechizo un ofuscado profesor. “Superarme para no ser alguien del montón”, contestó él. “No me venga con cuentos, usted lo que merece es una cueriza a nalga pelada”, dijo, ya fuera de sí el insigne docente. En ese preciso instante, con la intención a cuestas, él soltó la perversa frase que tuvo sus efectos inmediatos. Lo que sobrevino fue la remisión del profesor a la clínica. El estudiante siguió varias semanas en el colegio porque las directivas del mismo no vieron mala intención en su proceder. Conceptuaron que la reacción lamentada fue producto de la poca atención que el profesor le dedicaba a su salud.
A las dos semanas del percance el parte médico no era alentador, el profesor seguía incapacitado. Los compañeros del infame alumno, conciencia afectada de por medio, se reunieron para ir en grupo a informar que el estudiante efectivamente actuó con alevosía. Se le había oído decir además que él sabía que eso pasaría porque el Licenciado Cepeda cogía mucha rabia y no aguantaría una falta de respeto en el momento exacto: Después de muchas averiguaciones, él confesó su culpa y fue expulsado del colegio.
Muchos años después se encontraron en el bulevar de Simón, dos que habían sido compañeros de colegio. Uno le dijo al otro, “¿qué, no te acuerdas de mí? ¡Hey, en el colegio! ‘Mata viejo’, me bautizaron ustedes”. El otro se lo quedó mirando antes de contestarle, “¡óyeme, como has cambiado!, se nota que te está yendo bien”.
Efectivamente, el infame estudiante se había abierto paso entre la manigua y estaba logrando sus propósitos sin importar la ortodoxia de los medios. Lo de no ser uno más del montón le predispuso los sentidos en aras del dinero rápido y abundante. Hablar de un diente de oro que iba alumbrando toda la avenida, definitivamente no; ya es tema cantado, pero… es decir, sí se lo mandó poner. A estas alturas de los cuarenta y tantos, su propio cuerpo le es insuficiente para contener tanta arrogancia, aun así se tiene que soportar por no haber de otra. Él vuela alto, empero, sus nostalgias lo regresan frecuentemente al bulevar. Su deseo permanente es poder bajarse tranquilo de la camioneta, mostrar sus zapatos comprados en euros los cuales usa sin medias. Tal exhibición de ropa y accesorios ya necesita del concurso de dos ángeles guardianes que sepan manejar armas sofisticadas. Por eso, exprimiendo su ego al máximo y para lucirse, le dijo a su ex condiscípulo que le presentara personas malas: “así, con la cara tan cortada que hasta yo mismo les tenga miedo”, dijo. Hoy, ocho días después, vino a conocer a uno de los aspirantes. El sujeto presenta una cicatriz que nace en el pegue de la oreja, serpentea por toda la mejilla y desemboca en la comisura derecha de los labios, o tal vez da la vuelta y sigue culebreando dentro de la boca… ¡vaya usted a saber! La de la mejilla izquierda, mirada de reojo, da la impresión de un alacrán tallado con pico de botella. Tiene otra en la frente que parece un ciempiés. Mirándolo con autoridad exclama: “¡así es como los necesito!”. Luego se torna pensativo y dirigiéndose a quien lo contactó, “¿sabes qué?, el otro que sea maloso pero con cara de bueno”.
Pasados los años, en ‘El Paseo de Bolívar’, se encontraron el maloso con cara de bueno, quien trabajaba para otro jefe, y el ex condiscípulo de ‘Mata viejo’. Éste, omitiendo los saludos pertinentes inició un rosario de preguntas. “Cuéntame sobre el hombre, ¿qué es de su vida?”. “¿El hombre?...uf… a ese tipo la ambición lo llevó a la ruina. Lo último que supe es que estaba bien escondido, aunque días antes me habían dicho que era hombre muerto”. “¿Cómo va a ser?” “Sí... así de sencillo. Como él siempre vivía buscando el atajo, intentó meterle zancadillas al ‘capo de capos’ y lo cogieron ‘brincándose la cerca’. Yo me ‘abrí’ como el paraguas cuando vi las cosas malucas”. “¿Y ‘El bocachico’, que se hizo?”. “A ese man le cobraron feo una que debía; pensó que era caso cerrado y se confió. Eso fue el año pasado”.
´Mata viejo’, recién expulsado del colegio, empezó a trabajar con un amigo del papá quien estaba vendiendo parcelada una finca. Trabajó normalmente varios meses. Después se dedicó a vender dos y hasta tres veces un mismo lote por lo que, dadas las circunstancias, tuvo que huir dejando al jefe, y por extensión al papá, chapaleando entre las demandas. Aterrizó en el mercado de Santa Marta, ahí engañaba a las amas de casa vendiendo carne, “mi señora, la cuenta da mil cien pesos, como el billete es de cinco mil, usted me da los novecientos y yo le devuelvo los cuatro mil, ¿o.k.?, ¡qué buena carne lleva usted hoy mi señora!”. El truco consistía en no dejar de hablar, así la clienta de turno mantenía la mente ocupada sin poderse concentrar. En esa actividad fue que hizo contacto con los chicos malos, o mejor, con los malos porque de chicos ya iban teniendo poco. Al último reducto de inteligencia que le quedaba a la humanidad, lo venció la brutalidad de la plata rápida. Si está vivo en las condiciones que dicen; o si está muerto, la diferencia es casi ninguna en atención a la manera de ser más arrogante que han conocido estos lugares.
Termina aquí la historia de alguien que pudo ser ‘alguien’ apoyado en su lucidez mental. Que terminó siendo nada porque para él un peso decente se hacía con mucho sudor… era demasiado lento. No valía la pena trocar la suavidad de las manos por tan poca cosa y fundamentó su existencia sin aplicar siquiera un mínimo esfuerzo en el campo de la honestidad.
PALABRAS EN EL COLUMPIO
Faltaban cuatro horas para su matrimonio y todavía ‘tirando’ bola de trapo: “¡ve muchacho!... ¿tú crees que la vida es como tú la llevas?”
Cuando lo perdí todo le conocí los ojos al desprecio. Paradójicamente, y en la misma aventura, descubrí también la verdadera amistad.
-Señor conductor, tenga la gentileza, acaba de volarse el semáforo en rojo, viene con una farola rota y no trae puesto el cinturón de seguridad.
–Señor agente, lo del semáforo en rojo tiene su explicación, es que venía concentrado hablando por celular y cuando vine a darme cuenta ya usted me estaba pitando.
–A ver, permítame su licencia de conducción.
–Le… le prometo que en cuanto me caiga ‘un billetico’ comenzaré a diligenciarla… ¿le parece?
- ¿Sí?... ¡solo falta que las ballenas vuelen!
- ¿Sí?... ¡solo falta que las ballenas vuelen!
Cada vez que abres la boca lo confirmas; parece ser la única regla sin excepción.
¡Adiós mi amor!, por ti sería capaz de gastarme hasta la plata del recibo de la ‘luz’, así me corten el servicio... ¡y con estos calores!
Dibujando una circunferencia el psicoanalista le pegunta al paciente, “¿qué es esto?” Con la mirada extraviada el paciente le contesta, “una mujer gorda desnuda”. Trazando una línea, “¿y esto?” Sin parpadear, “una mujer flaca desnuda”. Con el entrecejo fruncido el doctor le dice, “usted es un enfermo sexual”. “¿Enfermo yo?” “¿Y quién es el que está dibujando esas mujeres encueras?”... “¿ah?”
Si escribe carnaval con b, de seguro no es de por aquí.
No sabía que te dicen mandarina por la manera tan fácil en que ella te peló, te lo juro. ¡Ve!... ¿y de qué vives ahora?