CANCIONES YOLOFAS
PARA CONOCEDORES
En el viaje de ida
del bus largo de Puerto
solo
cabe la alegría
cantan, se exhibe el edén.
Antes de abordar
te decomisan estrés
melancolía, mal genio
aclaran, el alma va sin bolsillos.
El amor sube gratis
la
tristeza a ningún precio
homenajeada es la vida
vibran, se permiten los sueños.
Las cosas del mañana
sufren paciente espera
borradas de la memoria
todas, las amargas del pasado.
Ahí el corazón acopia dichas
porque va armonizado
en
el viaje de ida
cálido, del bus largo de Puerto.
VOLUBLE
Si
te alejas
y el tiempo que pasa es mucho
abres las puertas de
mi mente
para que
entren
sonrisas que fueron mías
miradas
que me arroparon
subyugadas de amor.
Cuando vuelves
cierras
las puertas
recuperas los espacios
solo tú existes.
OJOS PRIVILEGIADOS
Calamar, una visión de río
Taganga, una visión de mar.
Entrando
al reino de los contrastes
Bocas de Cenizas, una vasta visión.
POESÍA
Elevándola a la
potencia enésima
agregándole un poco más
usando toda esa
inteligencia
y aplicando la
tecnología creada
empecé a construir un vehículo
donde se pudiera
sosegado, sacar a
pasear el alma.
Ya estaba listo, casi perfecto, diría yo
pero al momento del estreno
y en caso fortuito, con la
poesía me tropecé.
De inmediato quedó archivado
sin dolerme siquiera por los desvelos habidos
el
producto de tanta dedicación.
La poesía es al tiempo, coche y camino orlados
para
que el alma se suela extasiar.
Es el decir mucho con pocas palabras
he
ahí el encanto de esta devoción.
VERDADES PELIGROSAS
Si callas, seguirán royendo.
Si hablas, tal vez no
roerán
quizás ni veas la resultante.
En el mundo irracional éste
mala
vida es callar y hablar.
Dadas circunstancias obvias
el
verbo callar da naturaleza
muy nociva, a la palabra roer.
Hablar con garantía sincera
que puedes seguir hablando
atrae los olores de la verdad.
No dudar, hacer lo conforme
torna impermeable la ilusión.
torna impermeable la ilusión.
HISTORIAS QUE DESASOSIEGAN
Lo nuestro en sí, por muy intenso que sea, no lo será tanto como la pena
que nos causará si llegare a terminar.
El grado de soledad del
escritor es inversamente proporcional al número de sus lectores; éstos, a su
vez, son directamente proporcionales a la calidad del mismo.
Nunca aceptaste que mis
labios se juntaran con los tuyos. Argüías que el roce entre ellos tenía que
venir de un mutuo y profundo sentimiento. Que tal sentimiento en una sola
dirección si lograba juntarlos solo podía ser por una inaceptable osadía. Ante
tales argumentos me alejé destrozado. Hoy, cuando ha pasado el mejor tiempo de
nuestras vidas, vienes a herirme nuevamente diciendo que siempre he sido el
artesano de tus más lindos recuerdos… ¡no, no aguanta!
Existen dolores de cabeza
que son unos cobardes, nunca vienen solos.
Trayendo a colación
-Buenos días, ¿se acuerda de mí?... ¿no?... soy Javier,
el hijo de Bita
Fue el inicio de una
conversación cuya realización había sido descartada sujeta a la forma como
ellos se marcharon sin dejar rastros y por el tiempo transcurrido desde
entonces. Javier, al reconocerla no lo podía creer. De la alegría abrió los
brazos esperando de ella igual reacción.
-¿Bita?... ¿mi amiga
Bita?... ¡Dios bendito!
Dijo levantándose de la
mecedora con una vitalidad tan asombrosa que logró suavizarle la edad. Se
detuvo frente a él para observarlo y cuando halló un rastro de aquel niño que
dejó en Barranquilla, soltó el llanto.
-Tranquila, venga, deme un
abrazo bien grande que alcance para toda la familia.
Javier era consciente de la
salida del Johnson. Sintió que estaba entrando a la máquina del tiempo y
avizoró la magia del instante. No podía dejar escapar el momento sagrado que la
vida le estaba regalando. “¿Me puedo quedar hasta mañana?”, preguntó. La Niña
Dona respondió que el tiempo que quisiera. Solicitó entonces que esperara
mientras avisaba al de la canoa que volviera mañana temprano, “ten, de ida te
pago el resto… habrá propina”, le dijo al boga y regresó a la casa de esquina.
-¿Entonces tu eres Javier?
¿El que me hacía los ‘mandados’?... ¿Quieres un tinto? Ven Domitila, trae dos
tintos. Me acuerdo que cada vez que sentías el olor a café hirviendo aparecías
enseguida. ¿Sabes qué?, cuando necesitaba algo de la tienda ponía a calentar el
tinto que quedaba en la olla para atraerte con el olor, ja, ja, ja… ¡qué
tiempos! Anda muchacho, cuéntame de Bita… ¡Mira no más, en qué machazo se
convirtió aquel lengüita pegada!
Ella hablaba sujetándole el
reverso de la mano derecha con su mano izquierda mientras deslizaba la derecha
abierta desde el antebrazo hasta la punta de los dedos, iterando la acción. “Mijo,
siento como si el tiempo hubiese reculado”, apuntilló y volvió a soltar el
llanto apoyando la cabeza en el pecho de Javier.
La Niña Dona salió de
Barranquilla supuestamente para Montería. La impresión dejada en el ambiente
era que el camión estaba transportando plátanos de Urabá a Cartagena y les
quedaba mejor radicarse en ‘La perla del Sinú’, aprovechando que ellos gozaban
de propiedades allá. El señor Teótimo tenía dos meses de haberse despedido por
última vez. Nunca más se supo de él por canal diferente a las informaciones que
salían de su esposa: “saludos les dejó”, “Pronto vendrá”, eran las frases
recurrentes. Javier aún estaba afectado por la desaparición misteriosa de
Marcela, tres meses antes de partir La Niña Dona, en cuya mente residía un ambiente
diferente al que dejaba: en realidad no sabía nada de Teo, como ella le decía a
su esposo. Él se marchó sin más y eso no concordaba con su manera de pensar,
así que tomó la decisión de irse en un acto de rebeldía. “Si viene que lo
reciba la casa vacía”, fue la consigna. “Primero Marcela y ahora La Niña Dona,
¿qué está pasando?”, preguntó la mente de niño. Marcela tenía la singularidad
de bañarse a altas horas de la noche en el patio de su casa y La Niña Dona, por
su lado, siempre cazaba cinco centavos por cada mandado. “¿Qué está pasando?”, volvía a inquirir la
infantil mente de Javier.
El orden ascendente de las
casas en la nomenclatura de acuerdo con sus habitantes era: La Niña Dona, Bita
y la familia de Marcela, que fueron las tres casas, aunadas a las tres de
enfrente, las que encerraron para organizar la verbena que presidió Marcela
primera aquellos carnavales recordados por la canción, ‘Cumbia sobre el mar’.
El barrio supo de belleza humana cuando vio a Marta Ligia, reina de los
carnavales, visitando el morrocotudo baile de Marcela, quien por ser la más
hermosa entre las participantes del reinado popular de ese año, se llevó los
honores. Las carnestolendas parroquiales del año siguiente se celebraron en la
efervescencia de la desaparición de Marcela. Nadie supo la verdad. La versión
dada por cierta fue que se la llevó Fonseca, el prestamista que cobraba los
viernes, a pesar de las reiteradas negativas. Negativas que convencieron el día
que se presentó llorando porque él la
amaba con todas sus fuerzas y quería encontrarla para llevarla a vivir a un palacio
sin importar con quien estuviera en esos momentos. Descartada la posibilidad de
Fonseca, el paradero de Marcela quedó en el limbo y empezaron los falsos
avistamientos: está en Venezuela; la vieron en Curazao; alguien, amigo de un
conocido de fulano la saludó en la zona del canal de Panamá…
En los preparativos de la
partida, Donalda Molano siempre manejó a Sincelejo como punto de llegada.
Habían edificado una imagen familiar respetable y de pronto todo se vino abajo.
En aras de dejar intacto el aprecio ganado, mintió. Lo único que podría
dejarlos al descubierto era el posible regreso de un compungido señor Teótimo,
pero para entonces ya estaría lejos y no tendría que mirar de frente a la
entrañable amiga Bita. Los corotos que dejaba ya los sabía perdidos, nunca
pensó en regresar ni en mandar por ellos; el sólido orgullo que manejaba estaba
por encima de cualquier bien material. Teoto también ignoraba tal decisión,
vivía en Cartagena cursando el primer semestre de medicina asistido por su
padrino, quien se tomó en serio el compromiso adquirido con los compadres
allende las intenciones de reforzar su equipo de beisbol en el campeonato
local. Conocía la situación por la que atravesaba su madre, mas se mantuvo al
margen porque realmente no podía hacer nada. Sabía de La Niña Dona y la tenía
al tanto por un tío que la visitaba cada quince días. Ella viajó dos días
después de la que consideró sería la última de tales visitas, en su intención
porque ningún familiar supiera qué estaba hirviendo en su corazón.
Sincelejo estable la vio
triste. Imaginaba episodios en los cuales el camión frenaba frente a la casa.
Se imbuía tanto en los pensamientos que a veces salía a buscar los zapatos
adecuados para pasear por el centro de Barranquilla convencida que ya los demás
estaban esperándola, mientras sentía el aceleramiento del motor en señal de que
se apurara. Vendió la finca que dejaron sus padres en jurisdicción de Purísima,
evitando pasar afujías. De todas maneras el carácter empezó a flaquearle
llevándola a buscar el contacto con los suyos: fue a San Antero, “¡Dios
bendito!, tanto tiempo sin verlos”; llegó a Cartagena, “buenas tardes, aquí
estoy, vivo donde Fulgencia en Sincelejo”. Teoto logró retenerla ocho días,
“mamá, quédese para que su nieta se vaya acostumbrando”, argumentó. También
volvieron las visitas de su hermano cada quince días y el envueltico oloroso a
billete recién salido.
Cualquier día le informaron
que el señor Teótimo era quien transportaba la cerveza que llegaba a Magangué;
que los jueves era seguro encontrarlo en el depósito que surte a los otros
pueblos ribereños. Sin pensarlo dos veces, carácter poroso, se lanzó a la
aventura. Durante el trayecto llevó la mente guiada por el hombre que sólo
necesitó gruesa voz, mirada desasosegadora y un par de palabras para separar
los barrotes de la cuna de oro, desconociendo entonces lo gaseoso que pueden
resultar ciertas promesas. El tiempo tiene sus giros: cuando era la consentida
hija de familia, el sol salía de acuerdo con sus indicaciones; ese día el
equilibrio estaba fijo en las razones sobre el porqué el astro rey había dejado
de alumbrarla; a ella, que siempre leyó cada número de la revista Vanidades en
San antero, al día siguiente de haber salido. En ese instante las piernas se
tornaban gelatinosas en la medida que acortaba distancia. Sintió igual susto al
de aquella noche cuando salió de casa con lo necesario para montarse a
escondidas en el camión estacionado frente al protón del traspatio. Queriendo
atemperarse aminoró el paso observando las diferentes maneras de comer pescado
que exhibían los comensales en las fondas pegadas a la muralla, camino al
depósito. Cuando divisó al camión de frente, quedó paralizada. Se preguntó si
la voz y la mirada que la sacaron de aquel mundo idílico aún permanecían
intactas. Tal consideración le dio fuerzas, pasó desapercibidas las letras
desgastadas que formaban el nombre Luisa Carolina en la parte superior del
vidrio panorámico. Entró, lo vio de espaldas, sintió ganas de taparle los ojos
para que adivinara. Solo atinó a decir, “Teo”. Él volteó. “¡Donalda!”, exclamó.
Su reacción primaria fue abrazarla sorteando que entre ambos existía una
barrera llamada Luisa Carolina. Ella subió al cielo; paralelo a las lágrimas
guiadas por los pliegues de la piel, le salió el más dulce suspiro, “¿por qué,
Teo?”. “Donalda, te juro que no fue mi intensión”, la cimbrada voz y la mirada
penetrante que dieron respuesta al interrogante devolvieron algo de la gracia
que yacía extraviada en la decisión equivocada del hombre amado. Lo analizó
detenidamente, le quitó el sombrero, al verle la cabeza miró por instinto,
sorprendida, buscando la otrora cabellera dentro del sombrero. La cabellera que ella se placía
en peinar. Volvió a mirarle los ojos y percibió una mirada incierta.
-¿Por qué, Teo?
-Tu papá me estaba asfixiando.
-Acuérdate que duramos dos días viajando para casarnos en San Diego
porque juraste que nada ni nadie nos separaría. Nada ni nadie, Teo, así
dijiste. Y de boba dejé que tomaras el control de mi vida creyendo que la
llevarías a puerto seguro. Nada ni nadie nos separó, Teo, fuiste tú mismo quien
me dejó a la deriva.
-Vendí
el camión, Donalda, no había salida. Cuando me vi en las manos el machete y el
gancho, busqué ayuda. Luisa Carolina me auxilió y recuperé el camión. Esa es la
historia.
Por primera vez lo percibió
desamparado sin el control de la situación. Vio como aquel hombre por quien
todo arriesgó ya había hecho mutación a forastero en su corazón. Volvió a
ser dueña del don de la autoridad. No fue un sentimiento de venganza sino que
las sopas se habían enfriado: “Chao Teo, pisoteé a mis padres que siempre me consintieron.
Nunca volví a ser dueña de sus aprecios, chao Teo”. No sintió deseos de
explicar nada, nunca estuvo tan segura que fue por poca cosa que la suerte de
sus padres se malogró. Para colmo, se murieron sin que mediara un mínimo de
perdón.
El señor Teótimo se presentó
el día menos pensado, años después del encuentro en Magangué, en la casa de San
Antonio sin camión, cabellera, ni promesas. Con la voz liviana y la mirada tan
frágil que se caía sola dijo, “no sé qué iras a hacer conmigo pero no tengo
donde ir”. Donalda Molano indicó que se fuera para donde su hijo, porque ella
estaba muy ocupada imaginando como sería su vida si usted, señor de mis
desgracias, hubiese doblado por la esquina antes de llegar. “Teoto, Luisa
Carolina se quedó con el camión, la casa y mi dignidad, no me abandones. Te
necesito, tu mamá no quiere saber de mí”. Y se quedó viviendo donde el hijo.
Javier indagó por Teoto,
ella le contestó que su hijo vivía aquí en San Antonio, que era el Director del
hospital. Él propuso para ir a visitarlo. Ella describió el trayecto porque no
quería encontrarse con ese señor. ¿Cuál señor? Teótimo Arturo, mi desilusión.
¿El señor Teótimo? ¿Vive aquí? Si, por desgracia. La Niña Dona después preguntó,
¿y tu papá cómo está? Javier le contestó que había fallecido hacía cuatro años.
¡Dios bendito!, no puede ser. Qué buen esposo le tocó a mi amiga Bita. Él contó
entonces que tío Enrique, ¿se acuerda?, y Socorro, la que usted llevó a
Montería, estaban jugando, ella le quitó un mango y salió corriendo; él logró
darle alcance en la puerta del cuarto. Ella hizo un esfuerzo descomunal y cuando
él comprendió que no podía sostenerla más, la soltó; salió disparada con tanta
violencia que no alcanzó a frenar: la esperó el espejo del escaparate. Desde
entonces el proyecto en la casa, por siempre aplazado, fue el de buscar la
plata para reponer el espejo porque usted se presentaría de un momento a otro.
Ay mijo, si supieras qué bonitos días aquellos cuando mandamos a fabricar ese
escaparate, los mejores de mi vida.
Siguiendo las indicaciones,
Javier salió a buscar al doctor Teótimo Manuel. En la casa indicada encontró a
un señor sentado en la terraza y le preguntó por el doctor. El señor se agarró
de los barrotes de la ventana tanto para apoyarse como para mirar si había
alguien por ahí cerca, “Marcelita, aquí buscan a tu papá”, dijo mirando al
interior de la casa. Con la puntualidad del eco, se oyó, “ya va abuelo”. De
pronto salió una muchacha muy agraciada que preguntó, “¿de parte de quién?” Javier
no contestó, quedó petrificado al ver la viva estampa de Marcela, la que en la
imaginación de muchas personas andaba por todos los lugares excepto en el que realmente
estaba. La Marcela de los baños a altas horas de la noche en ropa interior. En
el teatro Apolo del barrio Las Nieves antes de proyectar la película de la
noche, pasaban una serie de cortometrajes promocionando las siguientes funciones.
Igual sintió Javier que su mente le mostraba cortos de las muchas situaciones
vividas alrededor de la desaparición de Marcela y miren que encontrarla en San
Antonio. “Ella es hija de Marcela, no cabe dudas”, pensó.
¿Cómo se desarrollará el
encuentro de Marcela y Javier?... ¿Qué motivos tuvo Diógenes para deshacerse del
tarro con el que tomaba agua?... ¿Y por qué Marcela nunca volvió a Barranquilla
si vivía como una princesa?... ¿Eh?... ¿Seguirá continuando? Sí, seguirá
continuando.
PALABRAS EN EL COLUMPIO
Si tus vecinos viven bien, las gallinas que tienes en el
patio corren menos peligro.
Quisiera leer mi poesía con
otro cerebro. Ustedes que pueden, aprovechen.
-Ve, y si colocamos los aires acondicionados a lo
contrario, ¿eso ayudaría a mitigar el calentamiento del planeta?
-Más bien habrá que graduarle el termostato al sol, porque mientras haya
calentamiento que sea rentable no hay de otra.
¡Caramba muchacho, deja
descansar un rato a esa pobre hamaca!
Una persona con sus cinco sentidos bien puestos vería
anormal tu comportamiento... ¡cómo te place verme tomar ‘cafela’!
Al Ir de Iridio lo asemejó al 77. En el Ra de Radio se
mentalizó que los esposos Curie eran el 88 y que cada quien por separado se
iban a la O a oxigenarse. Vio que Na era 11 y Ne, 10; se dijo, esto es bueno,
ya no se me olvidan... El anterior ejercicio de nemotecnia empezó porque no era
verdad que una o dos letricas le iban a seguir amargando todos los domingos, dado
que en el jardín de sus terquedades nació la idea fija de resolver el
crucigrama sin ninguna clase de ayuda... ah, asoció el Mn a Mí nacer un 25.
Lástima que esa inteligencia
tuya no tenga aplicación.
Quien convenza a
Barranquilla ya estará listo para conquistar al mundo… uff,¡y hasta más!