lunes, 12 de noviembre de 2012

Entrega #10


CANCIONES YOLOFAS











DUDAS CIRCUNSTANCIALES 

Eres, la idea seductora 
que consolida al artista. 
Brisa suave, melodía relajante.


Si tus labios rozan mi piel 
dejan la razón en espera 
el tacto, lenguaje asentido.

A la postre empezamos a vivir 
ese momento de galanura tal 
que en esencia nos pone a dudar 
si de verdad lo estamos viviendo.

TOQUE MÁGICO 

Me ha nacido, contemplar esta lluvia
aún si me retraso con mis deberes.

Obsequiaré a mi vida, elegante detalle
que haya bosques, donde hay desierto.

Llevando todo el trabajo siempre al día 
son muchas las exaltaciones acopiadas.

De igual manera he saciado la vanidad 
de igual manera, sucumbo lentamente.

Hoy, estoy cultivando los sentimientos 
y dándole un toque mágico al mineral.


ENTREGAS CASI NADA 

Me obsequiaste tres frases
te he devuelto cientos.
En contra prestación
ahora me castigas 
con tu siglo de silencio.


REQUERIMIENTOS

Has puesto duras condiciones, acepto
no estoy en la mejor posición para exigir. 
Escogerás, según criterio, las dignas de estar
para ir completando el proyectado poemario. 
De esas no son de las que te quiero hablar
aun cuando ya no estén, bajo mi égida integral.

Son las otras, las que en realidad interesan 
esas, desestimadas, sin calor en tu aprecio.
Espero me sean devueltas, neutros tus gestos. 
Ellas también son hijas mías, necesitan mil afectos.
Es el modo más sensato de alejarlas del olvido. 
Tal vez vayan briosas, a praderas mejor abonadas 
tal vez inunden de consuelo, cualquier alma vacía.


PALABRAS 

Tus palabras las llevo con diligencia
a lo más agraciado del corazón. 
Las otras, inanes, van a pernoctar 
donde el tiempo las quiera archivar.


HISTORIAS QUE DESASOSIEGAN

El mañana de tu promesa, nunca ha estado relacionado ni por casualidad, en la fuente de donde se surte el presente.

¿A qué se dedican los ángeles protectores, los domingos por la tarde?

Me acostumbré a verte sentada en el tocador, exigiéndole con ademanes elegantes, complacencia a tu pelo; mientras me sonreías a través del espejo. Ahora, en el cuarto vacío, siento que son dos las que ya no están y espero... espero, paciente, que entres por la puerta; espero, impaciente, que salgas del espejo.

El poeta no es toda la persona, es verdad entre verdades; en la persona alterada, de cierto, el poeta no se encuentra.  

Trayendo a colación


PARTE DE LA PRIMERA PARTE DE UNA NOVELA EN PROCESO


Espera a quien te los reciba, o espera el llamado”. Fui uno de los llamados. Al cenáculo de Taganga, los escogidos teníamos que presentarnos con los papeles plastificados. La gran reunión está prevista para dentro de tres meses, nos otorgaron esta semana de convivencia a manera de ambientación. La idea, según entiendo, es que haya una mejor compenetración entre nosotros. En el segundo día nos dimos cuenta que solo dos de los papeles plastificados eran comunes en todas las talegas, el que decía: “Espera a quien te los reciba, o espera el llamado” y el de, “Entregué tu vida y su tiempo a la medida, con los sentidos, el sentimiento y la razón. La fuerza del espíritu la irá llenando, ante ti los caminos que has de emprender. He ahí el discernimiento y la fuerza en tu juventud, grandes tesoros que habrás de administrar…”. Los demás papeles no coincidían.


¿Que vieron ustedes, que no vimos nosotros?”, preguntó la doctora haciendo alusión al compañero despedido ayer. El fabricante de metáforas le contestó: “todo está sincronizado de tal manera que no cabe desviación en tal sentido, menos para beneficiar a una persona en detrimento de otras”. Refiriéndose a la disertación del expulsado profesor de filosofía.

La muchacha de las enciclopedias nos reunió en la tarde. Inicialmente el fabricante de metáforas nos dirigió cortas palabras a manera de introducción y después le cedió el turno. Ella, segura de sí misma, habló en el tono de los que dan amorosos consejos: “sé que están desconcertados, son gajes de la preparación. Ellos llegan, se ganan la confianza, anotan preferencias de cada uno de ustedes, después actúan los verdaderos ilusionistas, pululan las tentaciones. La idea es sabotear, y miren que sus adiestrados sentidos no fueron capaces de detectar al lobo, cada vez son más audaces. Ya no habrá tamices, ustedes finalmente son los escogidos y, en adelante, viene una etapa de preparación más rígida”. Luego procedió a leernos de un libro: “Ni engaña ni asusta, es fuerza reguladora. Ni especie ni oblación, es la palabra armonía. Crea tu espacio, llénalo de bien, sentirás la presencia, sentirás la mejora. Crea tu espacio, llénalo de manera extraña, sentirás en mil años aun, sentirás paralización. Podrás ostentar riquezas, no es el laurel convenido. El éxito a modo de peldaño, reside en la evolución espiritual. No trastoca nada, el cambio lo gesta en ti. Analiza la vida y notarás, notarás que no transita sola. Todo es elemental armonía, porque existe fuerza reguladora”. Lo leído, sin omitir nada, es igual a lo que reza uno de mis papeles plastificados.


La muchacha de las enciclopedias pregunta quien tiene el papel leído. Yo levanto el brazo lentamente mirando a todos los presentes esperando las instrucciones para proceder. Precisamente el del brazo levantado, por tener el papel leído, debía presentarse al frente para describir el proceso de cómo se dieron los hechos de la notificación final. Me dirijo al frente, trato de aclarar la voz carraspeando, busco la mirada de la doctora en busca del apoyo motivante y comienzo el relato:

Antes de la muerte de mi padre yo sabía sobre el cierre del puesto de trabajo donde me desempeñaba, quedaba, pues, en el aire. Después supe que esta noticia agravó la precaria salud del ‘viejo’. Es posible que haya incidido hasta el punto de adelantarle la partida. Cuando mi hermano mayor me comentó que él le había dicho, dos días antes de morir, que dicha noticia la sintió en el lado izquierdo del pecho, empecé a sentir cierto complejo de culpa. La última vez que lo vi con vida fue en la clínica, una tarde de un viernes llegué hasta su camilla, él tenía los ojos cerrados, al sentir la presencia los abrió, hizo descomunal esfuerzo para mostrarme, idea que copaba su mente, el marcapasos; lo tenía localizado cerca del cuello. ‘Están haciéndome pruebas para la ubicación definitiva’, dijo con mucha dificultad pasándose la mano abierta por el pecho en señal de que allí, en cualquier lugar del pecho, quedaría colocado... ¡Dios, ahora caigo en cuenta que fueron las últimas palabras que le escuché! Le recomendé que evitara hablar, me miró tratando de precisar algo. Volvió a cerrar los ojos, ladeó la cabeza y la acomodó en la almohada. Sentí que ya no me iba perteneciendo, fuerzas superiores lo estaban conquistando. Los apuntes chistosos que llevaba escrito para levantarle el ánimo quedaron sin actuar. Mi anterior visita le dejó tantas esperanzas de vida que posteriormente los médicos dijeron que evidenciaba cierta mejoría, porque pude acomodar algo de buen humor en su titilante corazón. En esta ocasión fue diferente, los nuevos apuntes no estimularon a nadie porque no alcanzaron a ser leídos, por el contrario, me quebraron el alma al no poder cumplir su cometido y los volví a guardar en el bolsillo de la camisa.

El día siguiente, sábado, estábamos reunidos varios hermanos, el ambiente estaba tenso, las miradas perdidas. Sonó el celular de Juan, mientras éste hablaba iba cambiando de color y los ojos se extralimitaban de órbita, luego cerró la llamada y se dirigió hacia mí, ‘están tratando de reanimarlo con las máquinas, está…’, desgranó unos suspiros entrecortados e hizo un esfuerzo para concluir, ‘se nos’…, el llanto terminó dominando las palabras. Sentí que la hora desafortunada, la que está latente desde que nacemos, le había llegado a mi padre.

El sentimiento inmediato derivado del hecho fatal fue mentiroso, quedé lelo percibiendo el mundo en cámara lenta. Tomé una actitud que tal vez insinuaba falta de amor hacia el ser desaparecido. Me senté solo sin articular palabra, mientras dentro de mi pecho un viento opresor buscaba la salida que sólo el llanto proporciona. ¡Los hombres no lloran!, nos han enseñado toda la vida a los varones del Caribe, ¡mentiras!, el llanto alivia los dolores del alma, nos deja despresurizados y sin peligros de infarto. También por supuesto, alivia los dolores físicos que es a donde me imagino, va dirigido el absurdo consejo, porque es de varones aguantar el dolor físico. El verdadero sentimiento por la perdida de mi padre afloró de a poco cuando empecé a encontrar vacíos los espacios que él frecuentaba.

La táctica empleada por el Director de Producción, verdadera fuente de aquella impresión en el lado izquierdo del pecho de mi padre, fue que mí salida de la empresa diera la apariencia de retiro voluntario. Me mandó para Plato trasladado sin auxilio económico extra. Sabía que quedaba acorralado y presupuestó la pronta solicitud de arreglo. De hecho, a los dos meses lo hice pero él se encontraba de vacaciones y el Jefe de personal no quiso comprometerse. Quedé pospuesto hasta su reintegro. Llegó de sus merecidas vacaciones, sólo que para encontrar la carta de retiro por los abusos cometidos en ejercicio de sus funciones. En el fondo de mi alma sabía que el ser honesto sí pagaba y de eso estaba lleno mi proceder. La gente buena de la empresa aprovechó la oportunidad y fui reubicado en Barranquilla.

Si ustedes preguntasen cual ha sido la peor etapa de mi vida he de contestarles que preciso, la comprendida entre el anuncio del cierre del puesto de trabajo y la noticia del retorno a la base. Durante todo ese tiempo viví con el ánimo a ras de piso, empezando porque la inminencia de quedar cesante coincidió con el agravamiento del ‘viejo’, después la muerte de él, y ahí mismo el traslado a Plato; además, primer adiós huérfano de, ‘las fuerzas de mis brazos siguen siendo tuyas, no dudes un instante cuando necesites de su protección’, palabras que siempre mermaban la congoja inherente a las despedidas. La felicidad plena y lo que sentí en Plato son sentimientos absolutamente opuestos. Gozando momentos felices, el alma actúa como la atarraya que se abre antes de entrar al agua, mientras que el otro extremo la transforma en puño cerrado, oculta la palma de la mano, existe la eventualidad de cualquier fuerza siniestra. Pasada esa difícil etapa, ya instalado en el nuevo puesto de trabajo, recibí una llamada, “La cita es en Taganga, espera más detalles”.

La muchacha de las enciclopedias solicita una pausa para degustar el refrigerio que reposa en una mesa grande adornada con flores naturales, “en quince minutos continuaremos”, agrega. Mientras yo saboreo una almojábana de Campeche, la doctora me dice, al tiempo que da pequeños sorbos a su jugo de mandarina, “has debido ser escritor”.

Quien levanta el brazo en esta ocasión es la doctora. Ella abandona el puesto dirigiéndose al frente con la elegancia innata de los que nacieron para adornar la vida: pecho erguido, barbilla algo levantada y movimientos acompasados. Su contoneo llena de gracia mi apreciación. Instintivamente me pongo de pie agudizando la vista para cerciorarme que en realidad pisa el suelo al caminar. Miro a los demás que la están mirando tratando de sopesar la reacción de cada uno, todos la observan dentro del rango normal. Me da la sensación que soy el único que la está mirando. Cuando llega al sitio señalado da media vuelta, sus ojos color miel empiezan a buscar y se parquean en mis ojos. Siento entonces la emoción más hermosa que nos puede regalar la vida. No diré más al respecto... ¿Se acuerdan de aquel pensamiento absurdo?

PALABRAS EN EL COLUMPIO












La ignorancia con su terquedad por un lado; la sabiduría con su razonamiento por el otro.



Ya el mundo se compuso, ya todos vivimos bien… ¿de qué hablaré en lo sucesivo, yo, discípulo de la inconformidad?

Comodidades que incomodan.

Para ser loco, solo basta que la gente así lo crea. Acomodarse la guayabera por dentro, además de llevar corbata puesta, o trotar con un cigarrillo encendido entre los labios dejando como huella una serpiente de humo, no son hechos reveladores. Del otro lado de la moneda he visto personas que quieren pasar por cuerdas, bien vestidas y todo, aun así, sus miradas los traiciona.

Se ha hecho la promesa tantas veces que ahora ni él mismo se cree.

¿Usted es el responsable?
¿Yo?... ¿yo, por qué? 
¡Ah, entonces es usted el irresponsable!

Por su ineptitud nada hace bien. Eso sí, qué profesional de la excusa hemos ganado.

Nota: si Maya falla, el próximo año volveremos a estar en contacto.