martes, 28 de mayo de 2013

Entrega #15

CANCIONES YOLOFAS

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PARA CONOCEDORES 

En el viaje de ida 
del bus largo de Puerto
solo cabe la alegría
cantan, se exhibe el edén.

Antes de abordar
te decomisan estrés 
melancolía, mal genio
aclaran, el alma va sin bolsillos.

El  amor sube gratis
la tristeza a ningún precio
homenajeada es la vida
vibran, se permiten los sueños.

Las cosas del mañana
sufren paciente espera
borradas de la memoria
todas, las amargas del pasado.

Ahí el corazón acopia dichas 
porque va armonizado
en el viaje de ida
cálido, del bus largo de Puerto.

VOLUBLE

Si te alejas
y el tiempo que pasa es mucho 
abres las puertas de mi mente
para que entren
sonrisas que fueron mías
miradas que me arroparon
subyugadas de amor.
Cuando vuelves
cierras las puertas
recuperas los espacios 
solo tú existes.


OJOS PRIVILEGIADOS

Calamar, una visión de río
Taganga, una visión de mar.
Entrando al reino de los contrastes
Bocas de Cenizas, una vasta visión.

POESÍA 

Elevándola a la potencia enésima
agregándole un poco más
usando toda esa inteligencia
y aplicando la tecnología creada
empecé a construir un vehículo
donde se pudiera
sosegado, sacar a pasear el alma.

Ya estaba listo, casi perfecto, diría yo
pero al momento del estreno 
y en caso fortuito, con la poesía me tropecé.

De inmediato quedó archivado
sin dolerme siquiera por los desvelos habidos
el producto de tanta dedicación.

La poesía es al tiempo, coche y camino orlados
para que el alma se suela extasiar.
Es el decir mucho con pocas palabras 
he ahí el encanto de esta devoción.

VERDADES PELIGROSAS


Si callas, seguirán royendo.
Si hablas, tal vez no roerán
quizás ni veas la resultante.

En el mundo irracional éste 
mala vida es callar y hablar.

Dadas circunstancias obvias
el verbo callar da naturaleza
muy nociva, a la palabra roer.

Hablar con garantía sincera
que puedes seguir hablando 
atrae los olores de la verdad.

No dudar, hacer lo conforme
torna impermeable la ilusión.

HISTORIAS QUE DESASOSIEGAN


Lo nuestro en sí, por muy intenso que sea, no lo será tanto como la pena que nos causará si llegare a terminar.

El grado de soledad del escritor es inversamente proporcional al número de sus lectores; éstos, a su vez, son directamente proporcionales a la calidad del mismo.

Nunca aceptaste que mis labios se juntaran con los tuyos. Argüías que el roce entre ellos tenía que venir de un mutuo y profundo sentimiento. Que tal sentimiento en una sola dirección si lograba juntarlos solo podía ser por una inaceptable osadía. Ante tales argumentos me alejé destrozado. Hoy, cuando ha pasado el mejor tiempo de nuestras vidas, vienes a herirme nuevamente diciendo que siempre he sido el artesano de tus más lindos recuerdos… ¡no, no aguanta!


Existen dolores de cabeza que son unos cobardes, nunca vienen solos.

Trayendo a colación


-Buenos días, ¿se acuerda de mí?... ¿no?... soy Javier, el hijo de Bita

Fue el inicio de una conversación cuya realización había sido descartada sujeta a la forma como ellos se marcharon sin dejar rastros y por el tiempo transcurrido desde entonces. Javier, al reconocerla no lo podía creer. De la alegría abrió los brazos esperando de ella igual reacción.

-¿Bita?... ¿mi amiga Bita?... ¡Dios bendito!

Dijo levantándose de la mecedora con una vitalidad tan asombrosa que logró suavizarle la edad. Se detuvo frente a él para observarlo y cuando halló un rastro de aquel niño que dejó en Barranquilla, soltó el llanto.

-Tranquila, venga, deme un abrazo bien grande que alcance para toda la familia.

Javier era consciente de la salida del Johnson. Sintió que estaba entrando a la máquina del tiempo y avizoró la magia del instante. No podía dejar escapar el momento sagrado que la vida le estaba regalando. “¿Me puedo quedar hasta mañana?”, preguntó. La Niña Dona respondió que el tiempo que quisiera. Solicitó entonces que esperara mientras avisaba al de la canoa que volviera mañana temprano, “ten, de ida te pago el resto… habrá propina”, le dijo al boga y regresó a la casa de esquina.

-¿Entonces tu eres Javier? ¿El que me hacía los ‘mandados’?... ¿Quieres un tinto? Ven Domitila, trae dos tintos. Me acuerdo que cada vez que sentías el olor a café hirviendo aparecías enseguida. ¿Sabes qué?, cuando necesitaba algo de la tienda ponía a calentar el tinto que quedaba en la olla para atraerte con el olor, ja, ja, ja… ¡qué tiempos! Anda muchacho, cuéntame de Bita… ¡Mira no más, en qué machazo se convirtió aquel lengüita pegada!

Ella hablaba sujetándole el reverso de la mano derecha con su mano izquierda mientras deslizaba la derecha abierta desde el antebrazo hasta la punta de los dedos, iterando la acción. “Mijo, siento como si el tiempo hubiese reculado”, apuntilló y volvió a soltar el llanto apoyando la cabeza en el pecho de Javier.

La Niña Dona salió de Barranquilla supuestamente para Montería. La impresión dejada en el ambiente era que el camión estaba transportando plátanos de Urabá a Cartagena y les quedaba mejor radicarse en ‘La perla del Sinú’, aprovechando que ellos gozaban de propiedades allá. El señor Teótimo tenía dos meses de haberse despedido por última vez. Nunca más se supo de él por canal diferente a las informaciones que salían de su esposa: “saludos les dejó”, “Pronto vendrá”, eran las frases recurrentes. Javier aún estaba afectado por la desaparición misteriosa de Marcela, tres meses antes de partir La Niña Dona, en cuya mente residía un ambiente diferente al que dejaba: en realidad no sabía nada de Teo, como ella le decía a su esposo. Él se marchó sin más y eso no concordaba con su manera de pensar, así que tomó la decisión de irse en un acto de rebeldía. “Si viene que lo reciba la casa vacía”, fue la consigna. “Primero Marcela y ahora La Niña Dona, ¿qué está pasando?”, preguntó la mente de niño. Marcela tenía la singularidad de bañarse a altas horas de la noche en el patio de su casa y La Niña Dona, por su lado, siempre cazaba cinco centavos por cada mandado.  “¿Qué está pasando?”, volvía a inquirir la infantil mente de Javier.

El orden ascendente de las casas en la nomenclatura de acuerdo con sus habitantes era: La Niña Dona, Bita y la familia de Marcela, que fueron las tres casas, aunadas a las tres de enfrente, las que encerraron para organizar la verbena que presidió Marcela primera aquellos carnavales recordados por la canción, ‘Cumbia sobre el mar’. El barrio supo de belleza humana cuando vio a Marta Ligia, reina de los carnavales, visitando el morrocotudo baile de Marcela, quien por ser la más hermosa entre las participantes del reinado popular de ese año, se llevó los honores. Las carnestolendas parroquiales del año siguiente se celebraron en la efervescencia de la desaparición de Marcela. Nadie supo la verdad. La versión dada por cierta fue que se la llevó Fonseca, el prestamista que cobraba los viernes, a pesar de las reiteradas negativas. Negativas que convencieron el día que se presentó llorando porque  él la amaba con todas sus fuerzas y quería encontrarla para llevarla a vivir a un palacio sin importar con quien estuviera en esos momentos. Descartada la posibilidad de Fonseca, el paradero de Marcela quedó en el limbo y empezaron los falsos avistamientos: está en Venezuela; la vieron en Curazao; alguien, amigo de un conocido de fulano la saludó en la zona del canal de Panamá…

En los preparativos de la partida, Donalda Molano siempre manejó a Sincelejo como punto de llegada. Habían edificado una imagen familiar respetable y de pronto todo se vino abajo. En aras de dejar intacto el aprecio ganado, mintió. Lo único que podría dejarlos al descubierto era el posible regreso de un compungido señor Teótimo, pero para entonces ya estaría lejos y no tendría que mirar de frente a la entrañable amiga Bita. Los corotos que dejaba ya los sabía perdidos, nunca pensó en regresar ni en mandar por ellos; el sólido orgullo que manejaba estaba por encima de cualquier bien material. Teoto también ignoraba tal decisión, vivía en Cartagena cursando el primer semestre de medicina asistido por su padrino, quien se tomó en serio el compromiso adquirido con los compadres allende las intenciones de reforzar su equipo de beisbol en el campeonato local. Conocía la situación por la que atravesaba su madre, mas se mantuvo al margen porque realmente no podía hacer nada. Sabía de La Niña Dona y la tenía al tanto por un tío que la visitaba cada quince días. Ella viajó dos días después de la que consideró sería la última de tales visitas, en su intención porque ningún familiar supiera qué estaba hirviendo en su corazón.

Sincelejo estable la vio triste. Imaginaba episodios en los cuales el camión frenaba frente a la casa. Se imbuía tanto en los pensamientos que a veces salía a buscar los zapatos adecuados para pasear por el centro de Barranquilla convencida que ya los demás estaban esperándola, mientras sentía el aceleramiento del motor en señal de que se apurara. Vendió la finca que dejaron sus padres en jurisdicción de Purísima, evitando pasar afujías. De todas maneras el carácter empezó a flaquearle llevándola a buscar el contacto con los suyos: fue a San Antero, “¡Dios bendito!, tanto tiempo sin verlos”; llegó a Cartagena, “buenas tardes, aquí estoy, vivo donde Fulgencia en Sincelejo”. Teoto logró retenerla ocho días, “mamá, quédese para que su nieta se vaya acostumbrando”, argumentó. También volvieron las visitas de su hermano cada quince días y el envueltico oloroso a billete recién salido.

Cualquier día le informaron que el señor Teótimo era quien transportaba la cerveza que llegaba a Magangué; que los jueves era seguro encontrarlo en el depósito que surte a los otros pueblos ribereños. Sin pensarlo dos veces, carácter poroso, se lanzó a la aventura. Durante el trayecto llevó la mente guiada por el hombre que sólo necesitó gruesa voz, mirada desasosegadora y un par de palabras para separar los barrotes de la cuna de oro, desconociendo entonces lo gaseoso que pueden resultar ciertas promesas. El tiempo tiene sus giros: cuando era la consentida hija de familia, el sol salía de acuerdo con sus indicaciones; ese día el equilibrio estaba fijo en las razones sobre el porqué el astro rey había dejado de alumbrarla; a ella, que siempre leyó cada número de la revista Vanidades en San antero, al día siguiente de haber salido. En ese instante las piernas se tornaban gelatinosas en la medida que acortaba distancia. Sintió igual susto al de aquella noche cuando salió de casa con lo necesario para montarse a escondidas en el camión estacionado frente al protón del traspatio. Queriendo atemperarse aminoró el paso observando las diferentes maneras de comer pescado que exhibían los comensales en las fondas pegadas a la muralla, camino al depósito. Cuando divisó al camión de frente, quedó paralizada. Se preguntó si la voz y la mirada que la sacaron de aquel mundo idílico aún permanecían intactas. Tal consideración le dio fuerzas, pasó desapercibidas las letras desgastadas que formaban el nombre Luisa Carolina en la parte superior del vidrio panorámico. Entró, lo vio de espaldas, sintió ganas de taparle los ojos para que adivinara. Solo atinó a decir, “Teo”. Él volteó. “¡Donalda!”, exclamó. Su reacción primaria fue abrazarla sorteando que entre ambos existía una barrera llamada Luisa Carolina. Ella subió al cielo; paralelo a las lágrimas guiadas por los pliegues de la piel, le salió el más dulce suspiro, “¿por qué, Teo?”. “Donalda, te juro que no fue mi intensión”, la cimbrada voz y la mirada penetrante que dieron respuesta al interrogante devolvieron algo de la gracia que yacía extraviada en la decisión equivocada del hombre amado. Lo analizó detenidamente, le quitó el sombrero, al verle la cabeza miró por instinto, sorprendida, buscando la otrora cabellera dentro  del sombrero. La cabellera que ella se placía en peinar. Volvió a mirarle los ojos y percibió una mirada incierta.

-¿Por qué, Teo?

-Tu papá me estaba asfixiando.

 -Acuérdate que duramos dos días viajando para casarnos en San Diego porque juraste que nada ni nadie nos separaría. Nada ni nadie, Teo, así dijiste. Y de boba dejé que tomaras el control de mi vida creyendo que la llevarías a puerto seguro. Nada ni nadie nos separó, Teo, fuiste tú mismo quien me dejó a la deriva.

-Vendí el camión, Donalda, no había salida. Cuando me vi en las manos el machete y el gancho, busqué ayuda. Luisa Carolina me auxilió y recuperé el camión. Esa es la historia.

Por primera vez lo percibió desamparado sin el control de la situación. Vio como aquel hombre por quien todo arriesgó ya había hecho mutación a forastero en su corazón. Volvió a ser dueña del don de la autoridad. No fue un sentimiento de venganza sino que las sopas se habían enfriado: “Chao Teo, pisoteé a mis padres que siempre me consintieron. Nunca volví a ser dueña de sus aprecios, chao Teo”. No sintió deseos de explicar nada, nunca estuvo tan segura que fue por poca cosa que la suerte de sus padres se malogró. Para colmo, se murieron sin que mediara un mínimo de perdón.

El señor Teótimo se presentó el día menos pensado, años después del encuentro en Magangué, en la casa de San Antonio sin camión, cabellera, ni promesas. Con la voz liviana y la mirada tan frágil que se caía sola dijo, “no sé qué iras a hacer conmigo pero no tengo donde ir”. Donalda Molano indicó que se fuera para donde su hijo, porque ella estaba muy ocupada imaginando como sería su vida si usted, señor de mis desgracias, hubiese doblado por la esquina antes de llegar. “Teoto, Luisa Carolina se quedó con el camión, la casa y mi dignidad, no me abandones. Te necesito, tu mamá no quiere saber de mí”. Y se quedó viviendo donde el hijo.

Javier indagó por Teoto, ella le contestó que su hijo vivía aquí en San Antonio, que era el Director del hospital. Él propuso para ir a visitarlo. Ella describió el trayecto porque no quería encontrarse con ese señor. ¿Cuál señor? Teótimo Arturo, mi desilusión. ¿El señor Teótimo? ¿Vive aquí? Si, por desgracia. La Niña Dona después preguntó, ¿y tu papá cómo está? Javier le contestó que había fallecido hacía cuatro años. ¡Dios bendito!, no puede ser. Qué buen esposo le tocó a mi amiga Bita. Él contó entonces que tío Enrique, ¿se acuerda?, y Socorro, la que usted llevó a Montería, estaban jugando, ella le quitó un mango y salió corriendo; él logró darle alcance en la puerta del cuarto. Ella hizo un esfuerzo descomunal y cuando él comprendió que no podía sostenerla más, la soltó; salió disparada con tanta violencia que no alcanzó a frenar: la esperó el espejo del escaparate. Desde entonces el proyecto en la casa, por siempre aplazado, fue el de buscar la plata para reponer el espejo porque usted se presentaría de un momento a otro. Ay mijo, si supieras qué bonitos días aquellos cuando mandamos a fabricar ese escaparate, los mejores de mi vida.

Siguiendo las indicaciones, Javier salió a buscar al doctor Teótimo Manuel. En la casa indicada encontró a un señor sentado en la terraza y le preguntó por el doctor. El señor se agarró de los barrotes de la ventana tanto para apoyarse como para mirar si había alguien por ahí cerca, “Marcelita, aquí buscan a tu papá”, dijo mirando al interior de la casa. Con la puntualidad del eco, se oyó, “ya va abuelo”. De pronto salió una muchacha muy agraciada que preguntó, “¿de parte de quién?” Javier no contestó, quedó petrificado al ver la viva estampa de Marcela, la que en la imaginación de muchas personas andaba por todos los lugares excepto en el que realmente estaba. La Marcela de los baños a altas horas de la noche en ropa interior. En el teatro Apolo del barrio Las Nieves antes de proyectar la película de la noche, pasaban una serie de cortometrajes promocionando las siguientes funciones. Igual sintió Javier que su mente le mostraba cortos de las muchas situaciones vividas alrededor de la desaparición de Marcela y miren que encontrarla en San Antonio. “Ella es hija de Marcela, no cabe dudas”, pensó.

¿Cómo se desarrollará el encuentro de Marcela y Javier?... ¿Qué motivos tuvo Diógenes para deshacerse del tarro con el que tomaba agua?... ¿Y por qué Marcela nunca volvió a Barranquilla si vivía como una princesa?... ¿Eh?... ¿Seguirá continuando? Sí, seguirá continuando.

PALABRAS EN EL COLUMPIO



















Si tus vecinos viven bien, las gallinas que tienes en el patio corren menos peligro.

Quisiera leer mi poesía con otro cerebro. Ustedes que pueden, aprovechen.


-Ve, y si colocamos los aires acondicionados a lo contrario, ¿eso ayudaría a mitigar el calentamiento del planeta?
-Más bien habrá que graduarle el termostato al sol, porque mientras haya calentamiento que sea rentable no hay de otra.


¡Caramba muchacho, deja descansar un rato a esa pobre hamaca!


Una persona con sus cinco sentidos bien puestos vería anormal tu comportamiento... ¡cómo te place verme tomar ‘cafela’!

Al Ir de Iridio lo asemejó al 77. En el Ra de Radio se mentalizó que los esposos Curie eran el 88 y que cada quien por separado se iban a la O a oxigenarse. Vio que Na era 11 y Ne, 10; se dijo, esto es bueno, ya no se me olvidan... El anterior ejercicio de nemotecnia empezó porque no era verdad que una o dos letricas le iban a seguir amargando todos los domingos, dado que en el jardín de sus terquedades nació la idea fija de resolver el crucigrama sin ninguna clase de ayuda... ah, asoció el Mn a Mí nacer un 25.
   

Lástima que esa inteligencia tuya no tenga aplicación.

Quien convenza a Barranquilla ya estará listo para conquistar al mundo… uff,¡y hasta más!