CANCIONES YOLOFAS
Reverberaciones en la memoria
Es mi mente una ciénaga
a rebosar de recuerdos.
Cuando trato de sumergirme
para asomarme al pasado
Siempre quedo flotando.
En la superficie están, pues
los recuerdos que tú forjaste.
Y te veo como eras
en los momentos de armonía
unas veces riendo
otras veces danzando.
¿Quién maniobró la tijera
que cortó la continuidad?
Hoy, como haciendo ensayos
evaporas agua de mi cuerpo
y la condensas en mis ojos.
a rebosar de recuerdos.
Cuando trato de sumergirme
para asomarme al pasado
Siempre quedo flotando.
En la superficie están, pues
los recuerdos que tú forjaste.
Y te veo como eras
en los momentos de armonía
unas veces riendo
otras veces danzando.
¿Quién maniobró la tijera
que cortó la continuidad?
Hoy, como haciendo ensayos
evaporas agua de mi cuerpo
y la condensas en mis ojos.
Lo único que en realidad poseemos: la vida
cuidémosla con esmero.
En la inmensidad del tiempo y el espacio
somos afortunados los escogidos.
La vida es mucho más que una guerra
es más que todo lo acumulado.
También es apenas un beso, una sonrisa
un abrazo de despedida.
Vivimos porque nuestro pasado está
inconcluso
viviremos para irlo completando.
Es sabio, quien procede elegante al
llenarlo
aumenta su valor, se hace necesario.
Como el amanecer de aquel día
a su tiempo correspondiente.
No se la podemos desatar
y adherirla a este otro de hoy.
Sólo si se repitiesen aquellos tiempos
nuestra juventud habría de volver.
Historias que desasosiegan
La convención dice que vino por tierra buscando agua. El sentido común dice que vino por agua buscando tierra.
Dos distanciadas fechas de nacimiento, distancian a dos nobles corazones.
Pregúntenle al silencio si hay alguna esperanza. Díganle que se apiade, que haga un paréntesis y muestre su vientre. Obliguen a la mentira a que se deshaga del velo, que mire a los ojos, estando desnuda. El silencio y la mentira, haciendo el balance, convergen en raptores cómplices de la verdad.
Colocaste piezas de otro juego y enredaste nuestra partida
Trayendo a colación
Parte inicial de la primera parte de una novela en proceso.
La vida es un libro en confección: el pasado es lo escrito,
el presente lo que se está escribiendo y el futuro lo por escribir. En el
pasado debería residir solo la verdad, fue la manera en que se dieron las
cosas, pero en el presente es común distorsionarlo sujetos al resorte de
intereses creados buscando así obtener mejores dádivas del futuro que actuará.
Los periódicos son los registros más aproximados a la verdad porque por mucho
que se aparten no pueden tanto, ya que éstos se escriben en la tibieza de los
hechos y además, los lectores fungen de juez; son, pues, los archivos más
confiables. La verdad es diáfano sol de verano; mientras las mentiras son
oscuras nubes invernales, unas forman grandes tormentas, otras se diluyen sin
mayores consecuencias: en todo caso, el sol ahí está. Se me ha ocurrido la
idea, un tanto descabellada por cierto, que si cuando morimos y también lo
hacen todas las personas que tuvieron reciprocidades dinámicas o pasajeras con
uno, y en presencia de todas ellas nos lean el capítulo que atañe a nuestras
vidas sin omitir ni una coma, ¡las cosas que se sabrían!: “ah, ¿Tú inventaste
aquella historia bellaca?”, dirá dolida el alma de alguien, y enseguida
sentenciaran: de penitencia por tan grave falta te condeno eternamente a seguir
pagando los onerosos recibos de energía. “¿Fuiste tú quién socorrió a mi madre
cuando la gran inundación?, ¡no te
imaginas cuanto busqué al del noble gesto para agradecerle inmensamente!”,
sostendrá otra alma desprendida de un cuerpo de mujer... y así. Desde ese
pensamiento tan absurdo he optado por tener más cuidado con mis actos.
Apartando tales conjeturas, el libro en proceso contiene un capítulo cerrado el
cual lleva escrita una verdad que nadie pondría en duda cual es, la impoluta
vida de Pepe. Cierto, no he conocido aun a una persona más noble y desprendida.
Les puedo asegurar de Pepe que se fue sin conocer el odio ni
la envidia. En cada uno de nuestros tantos adioses siempre me dijo, “las
fuerzas de mis brazos siguen siendo tuyas, no dudes un instante cuando
necesites de su protección”. Leía mucho y también escribía. Nunca, pero nunca
he de olvidar el más grande perdón acaecido y precisamente vino de él: si les
digo que solo fue una frase, “apaguen esa música, ¿no ven que estoy de luto?”,
no les estoy diciendo nada extraordinario aparte que al instante cesó la música
y dejaron de sonar las fichas de dominó, porque ese era el respeto que Pepe, mi
padre, se merecía; pero insertando la frase en el contexto de la historia,
constituye la parte sumergida del iceberg y gran parte de la punta también. ‘No
ven que estoy de luto’, corona el perdón a la injusticia en su esencia. Cuando
llegó a Barranquilla, llegó solo, dejándonos a todos en Sabanas. Trabajaba a brazo partido para
satisfacer su anhelo de tenernos a su lado. Con su disciplina logró adquirir
algo, aunado al ofrecimiento del primo Lucho que, no pudiendo pagar un solar
del cual salió beneficiado, se lo cedió, “cógelo Pepe, construye ahí”, le dijo.
Media agua le llamaban a lo que logró armar y, zas, ¡todos a comer arroz de
liza!’. De la llegada lo que más recuerdo es a la señora Beatriz saliendo al
encuentro de mi madre, quien me traía sentado en su regazo. “Ay, que niño
cachetoncito”, le dijo, mientras extendía los brazos para quitarle semejante
belleza de encima. Desde aquel instante, la mejor amiga de mi madre, la que
ayudó a bajar la tensión del arribo, la vecina de siempre. La manera en que la
señora Beatriz intentó agarrarme hizo que no pudiera soportar mi peso y en su
afán porque no me hiciera daño se vino conmigo al suelo. Les aseguro que mi
pecho fue el primer contacto físico con esta tierra amada.
Poco a poco, el tiempo fue pasando, los hijos estudiando y el
cuartucho inicial se transformó en
confortable vivienda. Los ‘viejos’ se sentían realizados, por fin en la gran
ciudad sin problemas apremiantes. También traigo a la mente el cartoncito donde
el tendero apuntaba el fiado. De ese señor viene el afecto hacia el equipo
Junior: “estamos hechos, viene Julio Tocker, el mejor técnico del mundo”, me
decía, mientras colocaba sobre el mostrador el cilantro y la cebolla en rama
envueltos en una hoja de col, el frasco de aceite, la libra de azúcar, el
arroz… ¡ah!, y el medio bollo de yuca, que debía ser fresco, porque donde esté
mojoso no lo traigas así sea fiado; aunque a veces me decía, “ve, ‘mata congo’,
dile a tu papá que al cartoncito no le cabe un número más”. Cuando le llevaba
la plata del pago me regalaba un pan y una ‘gaseosa’, observando mis ansias al
comer llamaba la atención de su mujer señalándome, “mira mija, pura hambre
vieja”.
“Saca las escrituras de la casa”, le decía frecuentemente mi
madre a Pepe. “Mientras tío José esté vivo no pasa nada”, confiado contestaba él. Quedó tatuada en mi
mente la tarde en que un señor fue a visitarnos, la casa estaba hermosa, con su
terraza, un gran árbol de mango en el patio. El señor miraba examinándolo todo:
“está bonita la casa, Pepe”, no dijo más, pero inundó el ambiente de unas
energías bien negativas. “Saca las escrituras”, insistió atribulada mi madre
cuando el señor se fue. Después supe que era el primo Lucho.
Se llenaron y se pagaron varios cartoncitos con las cuentas
del fiado antes que volviera el primo Lucho, el hijo del tío José. No voy a
comentarles sobre las palabras o comentarios entre los míos y la indeseada
visita porque sencillamente se me escaparon de la memoria. Les comentaré, eso
sí, que el primo Lucho cuando se fue dejó a Pepe sumergido en la impotencia más
grande. Nos reunió a todos, húmedos los ojos
apenas musitó, “tocará devolvernos”. El ‘sexo débil’, esta vez encarnado
en mi madre, quien amamantaba al último retoño, se paró en seco y lanzó la
frase que selló nuestro destino: “te irás tú solo, ni yo ni mis hijos”.
Con el tío José vivo había una última esperanza que se
desvaneció por la mucha presión que ejercían los de aquel lado. Y efectivamente
llegó la notificación del plazo para desocupar, tanto la casa, como los ojos de
lágrimas. En la empresa donde laboraba, Pepe consiguió una liquidación parcial,
más la intensión adelantada de mi tío Antonio de comprar casa, alcanzó para
cerrar negocio: la nueva casa tenía una especie de bodega atrás; el tío en la
casa, Pepe en la bodega. Aquí cae bien el dicho de que Dios aprieta pero no
ahorca.
La familia se levantó sólida, es que siempre hemos sido muy
unidos. A excepción de un hermano que cuando se vio cinco pesos en el bolsillo buscó
mujer, y cuando ocho, amante, los demás aportábamos para sacar la causa
adelante. Ya aplomados, Pepe oyendo el futbol de su ‘Unión Magdalena’ del alma
en el radiecito de pilas, mientras nosotros con la radiola a todo volumen
festejando los goles del Junior. En medio de ciertas limitaciones éramos
felices. Recuerdo la tarde de sábado, aquella cuando le iba a ahorcar el doble
seis al cuñado, quien resignado exclamó, “¡Qué se puede hacer!”; yo, con la
ficha de dominó en alto saboreaba el momento… “apaguen esa música, ¿no ven que
estoy de luto?”, casi gritó Pepe. Todos a una preguntamos quien era el muerto y
nos contestó afligido, “mi primo Lucho”.
Ese era mi padre. Único en su especie. Aquello, más que una
frase fue la orden de que todos nosotros también deberíamos perdonar y de que
volviera la armonía entre ambas familias.
Muchas veces intenté abrir el ‘portátil’ de Pepe, pero el
temor a remover la rinitis me hacía desistir. No sé cómo llegó a la casa un
libro de esos grandes, de contabilidad, donde se empezaron a guardar partidas
de bautismos, registros civiles, diplomas de bachiller y toda clase de papeles
con datos familiares. Ante la necesidad de un documento, “consulta el
‘portátil’ de Pepe”, decíamos últimamente tratando de hacerlo reír para aliviarle
los tormentos de su fatal enfermedad y de paso, estar a tono con los adelantos.
Pepe era el único que sabía la clave y, por ende, el único que lo manipulaba.
Resulta que cuando murió quise tener un recuerdo de él y buscando una camisa
azul, de rayitas negras, encontré el libro; sin ser visto me lo llevé. Fue un
domingo donde las nostalgias se impusieron al miedo a la rinitis, en
consecuencia decidí desanudar la pita y abrí el ‘portátil’: la foto a blanco y
negro del matrimonio, mis padres vivieron juntos sesenta años y cinco meses, me
impactó notoriamente más que todo porque la mente fue asaltada por un
pensamiento inquietante: ‘de no verificarse tal hecho, ¿yo hubiese nacido?’. Y
seguí pensando: ‘el que ellos existieran y se conocieran, tratándose de que
Pepe en su condición de maestro de escuela bien pudo ser trasladado a otro
lugar diferente de San Basilio; el sí de mamá conociéndola de la manera que la
conozco; que en la única oportunidad brindada yo haya sido el espermatozoide
ganador de tantos como veníamos disputándonos el óvulo; en fin, tantas
circunstancias armonizadas para que yo pudiera estar posteriormente ejercitando
nostalgias me dejan la sensación que ese complicado engranaje no es producto
del azar. A tal convicción, de que efectivamente todos los que visitamos la
vida teníamos que nacer y que de aquí partimos para otro lugar indeterminado,
la colocamos en los dominios de la fe. Existen pensamientos que ahogan: después
de tomar aire y despejar la mente, seguí buscando en el ‘portátil’.
PALABRAS EN EL COLUMPIO
Con la madurez de ahora, mi adolescencia no hubiera sido tan fecunda en la acumulación de tiempos improductivos y… ¡cuántos dolores de cabeza evitados, Señor!
Pensar que esta montaña de amor en sus comienzos solo era un granito de amistad.
En el dominó se juega solo para solo, y además cruzados, en donde el compañero es el de enfrente; cuando éste hace una mala jugada se suele exclamar, “¡ahora si estoy lindo, dos enemigos y un traidor!”
… y le dieron el trabajo en La Revista. Desde luego, hubo condiciones. Con el cuento que a él le gustaba hamaquear las ideas, solicitó lo pertinente. Casi se viene abajo el empleo por lo inusual del pedido. “Es inaudito”, dijo el Editor. “Yo me responsabilizo”, sentenció el Director. En tales circunstancias se firmó el contrato. Todo empezó de maravillas, en cada partido anotaba. Vinieron las felicitaciones. “Esa crónica está tan buena que no necesita ser hamaqueada”, por ejemplo, empezaron a decir, adicionando palabras a la jerga del medio. En una visita del Presidente de la República a las instalaciones del semanario, éste solicitó muy comedidamente le mostraran toda la planta física. En el recorrido pasaron dos veces cerca a una puerta cerrada. El Ejecutivo notó que en la segunda pasada le volvieron a hablar del favoritismo que tenía en las encuestas como para distraerlo. Se empecinó, pues, en saber que había ahí adentro y en contra de todos los pronósticos abrieron la puerta. El romance mostró fisuras porque no hubo quien fuera capaz de convencer al Presidente de que ese, el de la hamaca, en realidad estaba trabajando.
Pio, pio, pio… buscaba su comida. Pio, pio, pio… pasó al patio vecino. Pior, pior, pior… se devolvió en el acto.
Hey, Rufino, préstame un momentico tu cara, es que tengo que dar un sentido pésame y quiero quedar bien.
Oxida los metales, preserva las carnes, así es la sal.
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