CANCIONES YOLOFAS
INCÓGNITA IMPORTANTE
Sé que te viví, mas no a donde has ido.
Sé
que te viviré, mas no de donde vienes.
Nos
brindas todo lo que somos
nos quitas todo lo que hemos sido.
nos quitas todo lo que hemos sido.
Cuando
te me acabes, tiempo
¿sabré
la verdad sobre ti?
No
es justo irme, determinante
sin
haber comprendido.
Tiempo,
tiempo, a propósito
¿qué
preparaste para inducir mi partida?
Y
si no manejas el cómo
quisiera me señalaras el cuando.
quisiera me señalaras el cuando.
BORRON Y CUENTA NUEVA
Eres una página
con
algo en ella escrito, triste al parecer.
Haré
que olvides esa historia
si
me prestas el resto
para
escribir en ella, un himno de alegría.
Quizás
la vida sea tan compleja, que sólo una etapa estemos viviendo.
Quizás la mente no dimensione, y la ciencia no se acerque a la
respuesta. Pensar que toda vida tiene su muerte, el mismo destino los
unos y los otros. ¿Será que lo llamado vida es muerte, y lo llamado
muerte, vida ha de ser? Pero también, quizás la vida sea tan
sencilla, que sólo tenga de vecinos, el nacer y el fenecer.
ENTRE LO COMPLEJO Y LO SENCILLO
ESCRIBIRLAS EN EL VIENTO
Ofréceme tus oídos mujer, para acomodar en ellos
las
hermosas metáforas, que tus ojos me han inspirado.
Si
no quieres que alguien más las perciba
sella
mis labios con el roce de los tuyos, mujer
después
de haberlas escuchado.
Su
dulce gesto seduce, la fui conquistando. Seduce pero tanto, me fui
encelando. Preferí dejarla ir, no quise que apagara ese su encanto:
el dulce gesto que seduce.
HISTORIAS QUE DESASOSIEGAN
Las
nostalgias son los alfileres con los cuales, pretendemos seguir
adheridos al pasado.
Nunca
pensé, que tu bonita sonrisa, escondiera este tormento que desgasta.
Y este tormento que desgasta lentamente, ahora me roba la luz, de tu
bonita sonrisa. A quien te contempla sonreír ahora quisiera
aconsejarlo, si es que acepta. De seguro desconoce, el verdadero
mundo agazapado, en tu encantadora sonrisa.
Comprendí
que estaba vivo, apenas cuando te vi. Ornaste al instante, mi espacio
y mi tiempo. Sin embargo, la vida volvió a palidecer; ya no es un
mismo aire, el que oxigena nuestros cuerpos.
Trayendo a colación
OTRA PARTE DE LA PRIMERA PARTE DE UNA NOVELA EN PROCESO
A mí, muchas veces me han escogido para redactar informes pensando quizás que sé mucho de esto y vean, no más, el enredo en que estoy metido. Alguien con dos dedos de frente, a estas alturas ya estuviera poniendo los puntos sobre las ies, en cambio a mi siempre me ha resultado más sencillo desenredar una mata de patilla que tejer cualquier historia. ¡Pensar que algo vivido debería ser algo fácil de narrar! A veces no se ni por donde empezar. Además con ustedes presionando para luego adquirir el libro pirata; no me parece justo en lo más mínimo. Cómo tampoco me parece justo lo que le hice a Gregoria, ¡mi Goya que tanto amé! Sin ser cobarde, no tuve el valor de defender nuestro amor cuando sus padres me llamaron a relación: “consentimos, de hecho estamos gustosos, el problema es que ustedes los de la ciudad solo vienen a babearnos a nuestras muchachas”. ¡Si me hubieran visto ustedes, con afro y pantalones bota ancha! Aunque en realidad eso fue una especie de negociación, “¿que año cursas?”, me preguntaron en tono fuerte. “Cuarto de bachillerato”, les contesté en tono débil. “¿Que plazo pones para lo del matrimonio?”, volvieron al ataque. “A ver… en dos años termino el bachillerato, y seis de universidad, porque voy a estudiar una carrera que dura seis años; eso, sin meter los dos de tesis…”. El abuelo de Goya, ¡mi Gregoria amada!, me interrumpió: “¡no señor!, consentimos, pero que el matrimonió sea ya”. En San Basilio cuando se trata de matrimonio no le dan muchas largas a la cosa, ya están ustedes advertidos.
A
Gregoria, ¡mi Goya del alma!, la conocí haciendo mis averiguaciones
concernientes a los días en que Pepe se vio obligado a trocar la
escuela por la cantina. El papá de ella fue precisamente el
compañero de cantina, quien le decía, “aquí te mandó este
papelito”, y al instante: “si supieran cuanto nos amamos, tal vez
entenderían mejor las cosas”, y, “ oiga cantinero, tenga la gentileza
de repetirlo”. Y el cantinero, “maestro, esa ciruela está muy
alta, en cambio ahí está Eugenia al alcance de su mano”. La
percepción de mi padre respecto a mamá en el sentido de haberla
visto flotando, yo no la sentí con la hija de su compañero de
parranda, si bien ella tenía un no sé qué en la mirada que me
afectó profundamente. En la primera oportunidad le recité mirándola
fijamente a los ojos, de manera coloquial, las palabras que
supuestamente Pepe le había dicho a mamá: “me han dicho que me
tienes viviendo en tus pensamientos”. “Presuntuoso tú, yo ni
siquiera te conozco”, me contestó moviendo nerviosamente la
mirada. ¿Por qué será que en el amor los rechazos atraen? Es
decir, surten un efecto contrario. Goya, ¡mi Gregoria de los
suspiros!, no se dejaba ver. Quise ser el maestro de cualquiera de
sus ahijados para inventarme la coartada mágica, le hubiese enseñado
sólo a sumar y en el examen lo hubiera puesto a dividir para
obligarlo a traer acudiente, quien no podía ser nadie diferente a su
madrina, o de lo contrario ‘perdería’ no sólo el año, sino
hasta el siglo completo.
Mis
tías de San Basilio organizaron un convite en una de las fincas; le
dije a la Nena, alcahueta prima, que la invitara. “Si va el
engreído ese, no voy yo”, le dijo sospechando la intención
oculta, y no fue. La que sí estuvo fue la Eugenia de esta historia,
e igual que Pepe en su época, yo también padecí los síntomas del
enfermo de amor y no había caso, mi corazón estaba completamente
copado por el desprecio de Gregoria, ¡mi Goya de los tormentos! No
quedaba espacio, pues, ni para la felicidad que otras pudieran
ofrecerme.
Fíjense
como son las cosas, yo sufriendo hasta el desgaste y ni siquiera
sospechaba que las plagiadas palabras que le había pronunciado,
habían logrado soltar las amarras de sus sentimientos al instante.
Ella, evitando la posible etiqueta de demasiado blanda, libró
vehemente combate interno y de ahí su resistencia. Las fuerzas se le
agotaron porque tuve que ir a Sabanas por algunos días y pensó que
me había ido decepcionado. Regresé el primer día de fiestas. En la
caseta estaba hablando precisamente de ella con la Nena cuando se
acercó, “me dijeron que dejaste de ser tan engreído...
¿Bailamos?” Ya bailando: “para ser barranquillero, francamente
no sabes bailar; me aguanto los pisotones porque estoy enamorada”.
Las fiestas de San Basilio tienen su encanto.
Si
mamá nunca bailó, ¿cómo sería el primer contacto, consintiendo,
de ella con Pepe? Esta fase pertenece al bache de que les hablé
antes, por eso no sabré decirles. Imagino que el ahijado volvió a
jugar un papel importante ahora en la dirección contraria. Nunca
dijeron ni pío al respecto.
Las
fiestas duraron cuatro días, los dos primeros prácticamente abrimos
y cerramos el baile. Vivíamos nuestro mundo sin pensar que por fuera
se encontraba la realidad acechando con todos sus aditamentos. De
lógica, ese concentrado de envidia y mala fe que anida en ciertas
personas nos arroyó, porque según, estábamos muy descarados…
¿Ah?... ¿Qué cuando fue eso? Déjame pensar… eso fue en plena
guerra fría, mucho antes de la gran cumbre, Reagan, Gorbachov;
antes, incluso, de que el Junior conquistara su primer título. De lo
que si estoy seguro es que hacía ratos se había pronunciado la
frase: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la
humanidad”. De todas maneras Goya, ¡mi Gregoria amada!, fue
llamada a relación: le impusieron la penitencia de no salir a la
calle, “hasta que el ‘pelo letra de médico’ ese, no se haya ido
del pueblo”. Sin conocer la medida tomada por sus padres, llegué
a la caseta oliendo a fino porque un tío elegante se descuidó y me apliqué de su perfume. Apenas llegué, la Nena se me
acercó para darme la noticia: “¡uuso niño, es que hueles a
sabroso! Ve, no la dejaron salir por tu culpa”.
Lo
buscado había sido encontrado, y de la mejor manera. Sentí lo que
debió sentir Pepe. Esperaba que vinieran a trasladarme a otra caseta
bien lejos, igual que a él trasladaron de escuela, para resistirme.
No vinieron. Seguí el mismo camino de mi padre, me fui para la
cantina con un primo que estaba peleado con su novia. Pedimos ron,
solicité una canción añeja que parece dice: “si supieran cuanto
nos amamos, tal vez entenderían mejor las cosas”. El cantinero
dijo no saber de nada parecido. Encontramos, eso sí, una compuesta
por Isaac Carrillo e interpretada por Colacho Mendoza: “ya no puedo
volar como lo hacía de flor en flor, porque tú me quitaste las alas
del pensamiento”. Después de desocupar varios frascos de licor,
volvimos a la caseta.
Si
mamá nunca bailó, para Pepe las cosas debieron ser más difíciles
que para mí. El correo debió estar bastante activo. “papelito
iba, papelito venía”, me dijo la única vez que le hice trampa:
empecé hablándole sobre hechos anecdóticos del General Maza,
cuando estaba embelesado lo fui arrinconando, haciéndome el inocente
le dije que debía ser complicado el estar enamorado y no poder
tocarle las manos a la novia, ni siquiera hablarle, ¿Pepe, como
sería una relación así? Alcanzó a decirme lo de los papelitos;
después se frenó en seco y ya no quiso seguir escuchándome cuando
empecé a comentarle que el General obligó a los españoles
capturados a decir Francisco, en mi intento por que pasara
desapercibida mi osadía. Me puso la mano en el hombro y se fue
alegando que ya iba a comenzar Kaliman. ¿Se acuerdan del radio rojo
que nos regaló Anar Phoz?
La
película mía en cambio se estaba filmando de forma sencilla, sin
ningún sobresalto de peso, era hablar con los padres y eso bastaba,
sólo que aun no estaba programado para tanta responsabilidad. Así
meditaba sin prestarle atención a las bailadoras cuando ella se me
plantó de frente: “esperé que mi papá se durmiera, no podía
estar tranquila pensando que le pisabas los pies a otras, llévame
para donde tú quieras”, me espetó. La cosa se puso seria,
necesitaba la ayuda urgente de la Nena y a ella acudí. Eran las tres
de la mañana y la Nena no había logrado convencerla de que se fuera
para su casa, “no sé que vas a hacer conmigo, de aquí no me
muevo”, decía ella. “Nena, entonces déjanos quedar en tu casa”,
decía yo. “¡Estas loco!, ve Goya, vete antes que se levanten en
tu casa, es mejor hacer las cosas con calma”, dijo desesperada
porque notó que ahora era yo el que estaba perdiendo la cordura. Al
fin Gregoria, ¡mi Goya del alivio!, claudicó y entró a su casa
por un portillo del patio.
Al
medio día La Nena fue a buscarme, me puso al tanto de todo: “el
papá supo que ella se escapó anoche y que estuvo contigo en la
caseta, la mandaron temprano para una finca que tienen por los lados
del Playón de Orozco, aquí te dejó este papelito”. En el papel
estaban las indicaciones de cómo llegar al lugar del destierro. No
quise que lo supieran y a pie tomé solo el camino hacía Playón;
había caminado un largo trecho, estaba pensando en la posibilidad de
haberme equivocado de camino, quería regresar cuando divisé a un
muchacho que venía en sentido contrario. Ya desesperado, le salí al
encuentro. “¿Playón queda para allá?”, le pregunté. “Sí,
para allá queda Playón”, me contestó. Estaba consciente de que
el verdadero amor se edificaba sobre bases hechas a punta de
sacrificios pero esto era demasiado, tres horas caminando, las
esperanzas agotándose y el final del túnel parecía boca de lobo.
Opté por sentarme a la sombra de una frondosa Ceiba, ya no pensaba
en la amada sino en el trayecto de regreso. Aproximadamente media
hora después de estar reposando la divisé, venía montada en una
hermosa yegua. Al verme se tiró de la bestia y corrió hacia mí
como en las películas mexicanas. Yo corrí hacia ella y nos
abrazamos tan fuerte que ninguna fuerza podría separarnos. No diré
más, aunque todo se sabrá si llegaren a leernos el capítulo que
atañe a nuestras vidas cuando expiremos. ¿Se acuerdan de aquel
pensamiento absurdo?
La
mayor diferencia está en que Pepe se casó y fue feliz; mientras yo
nunca fui librado de culpa, supuestamente no tuve el valor de amparar
algo tan lindo. Ustedes dirán que estoy usando la posición más
cómoda porque… “como ella no puede defenderse”. De todas
maneras asumo las consecuencias y les presento la verdad objetiva: al
muchacho que le pregunté si iba en el camino correcto, resultó ser
el hermano de Gregoria, ¡mi Goya de los tormentos!, el que tuvo la
misión de llevarla a la finca. Apenas hubo regresado le dijo al
papá, “allá va el carajito ese”. Aquí tampoco hay comparativo
alguno, toda vez que Pepe se presentó resuelto con un padrino, luego
otro, y posteriormente con los dos. Así fue minando la resistencia
hasta lograr el primer contacto directo. En mi caso fueron a
buscarme. El viejo mando a dos hijos al anochecer, entre ellos estaba
el que me había indicado el camino, lo reconocí y enseguida supe de
las intenciones. “Tía Leti, aquí estos muchachos me solicitan”,
ella comprendió y alertó a todo el que pudo. Allá, Pepe estaba
decidido y tomó la iniciativa. Aquí, por el contrario, yo era
requerido.
Cuando
el abuelo de Goya, ¡mi Gregoria del desconsuelo!, dijo que estaban
gustosos, pero para ya, noté un cambio de actitud, dejaron de
presionarme, ella escuchaba atenta cada una de mis palabras, sus ojos
imploraban, tuve ganas de abrazarla y de hecho iba a proceder. En
esas, tía Leti entro en escena, “vamos, tú no tienes nada que
hacer aquí”, dijo y me saco por el brazo. Al salir presencié el
porqué del cambio de actitud, mis tíos y primos se peleaban cada
espacio de la cerca para estar al tanto. A Gregoria, ¡mi Goya del
olvido!, le pareció incorrecta mi salida sin definir nada y pasó de
una dimensión a la otra: del gran amor, al gran odio. Le dijo a su
papá, “no se preocupe más, estoy arrepentida de haberlo
conocido”. En cambio, sin saber sobre esa posición radical,
esperaba volver a verla, lo cual nunca se dio. Pepe encontró la
felicidad en San Basilio, mientras yo tuve que irme a tocar mi música
en otra parte. El destino tenía escrito que mis hijos tenían que
nacer de otro vientre y en otra época, es mi convencimiento, aunque
ustedes piensen que esa filosofía barata es producto de una
conciencia bastante empachada.
PALABRAS EN EL COLUMPIO
El
alborotador crea el caos y se marcha. Su misión se cumple, asegurada
la paga. Está, por conveniencia, contra los cambios.
Ella
era la que trabajaba. Él, a todo honor, un vividor. Aun así, lo
amaba hasta el delirio, por eso cada vez que lo llamaba por celular,
un tanto celosa le decía, “prende la licuadora”; esto, para
asegurarse de que él estuviera en casa. Obvio, la primera vez lo
agarraron infraganti. En adelante él empezó a llevar la licuadora a
todas partes. Les comento además que en el billar, ‘El Mono
Canario’ le hacía la segunda imitando al pajarito de la casa. He
ahí la película: timbraba el celular, apagaban la música,
conectaban la licuadora, y cantaba el ‘pajarito’. Como la vida
está diseñada para que no haya crimen perfecto, cualquier día ‘El
Mono Canario’ se pasó de lo que fue, y cantó más de lo que no
era. Ella con el sexto sentido alerta, notó la jugada, “viste, tú
me estas engañando, ese no es el canario de la casa, cuando llegue
hablamos”, le dijo. Moraleja: un canario pasado de lo que sea,
puede dar al traste con lo sabroso de una vida.
Cayó
en desgracia sin siquiera haber conocido la gracia.
-Señora,
hágame el favor, ¿El Tunco se encuentra?
-¿Cual Tunco?... Él se llama Jorge... Jorge, para la próxima…
¿oyó?
-Perdón señora, si está Jorge, entonces… hágame
el favor.
-Así es, con respeto…
Hey Tunco, aquí te buscan.
Si
me vas a mirar, mírame bonito. O mejor, ni me mires. ¿Qué te has
creído tú?
No son hijas de la edad, no señor, son canas genéticas.
No son hijas de la edad, no señor, son canas genéticas.
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