jueves, 18 de octubre de 2012

Entrega #8


CANCIONES YOLOFAS















INCÓGNITA IMPORTANTE

Sé que te viví, mas no a donde has ido.
Sé que te viviré, mas no de donde vienes.
Nos brindas todo lo que somos
nos quitas todo lo que hemos sido.
Cuando te me acabes, tiempo
¿sabré la verdad sobre ti?
No es justo irme, determinante
sin haber comprendido.
Tiempo, tiempo, a propósito
¿qué preparaste para inducir mi partida?
Y si no manejas el cómo
quisiera me señalaras el cuando.


BORRON Y CUENTA NUEVA

Eres una página
con algo en ella escrito, triste al parecer.
Haré que olvides esa historia
si me prestas el resto
para escribir en ella, un himno de alegría.

ENTRE LO COMPLEJO Y LO SENCILLO

Quizás la vida sea tan compleja, que sólo una etapa estemos viviendo. Quizás la mente no dimensione, y la ciencia no se acerque a la respuesta. Pensar que toda vida tiene su muerte, el mismo destino los unos y los otros. ¿Será que lo llamado vida es muerte, y lo llamado muerte, vida ha de ser? Pero también, quizás la vida sea tan sencilla, que sólo tenga de vecinos, el nacer y el fenecer. 

ESCRIBIRLAS EN EL VIENTO

Ofréceme tus oídos mujer, para acomodar en ellos
las hermosas metáforas, que tus ojos me han inspirado.
Si no quieres que alguien más las perciba
sella mis labios con el roce de los tuyos, mujer
después de haberlas escuchado.

HISTORIAS QUE DESASOSIEGAN

Su dulce gesto seduce, la fui conquistando. Seduce pero tanto, me fui encelando. Preferí dejarla ir, no quise que apagara ese su encanto: el dulce gesto que seduce.

Las nostalgias son los alfileres con los cuales, pretendemos seguir adheridos al pasado.

Nunca pensé, que tu bonita sonrisa, escondiera este tormento que desgasta. Y este tormento que desgasta lentamente, ahora me roba la luz, de tu bonita sonrisa. A quien te contempla sonreír ahora quisiera aconsejarlo, si es que acepta. De seguro desconoce, el verdadero mundo agazapado, en tu encantadora sonrisa.

Comprendí que estaba vivo, apenas cuando te vi. Ornaste al instante, mi espacio y mi tiempo. Sin embargo, la vida volvió a palidecer; ya no es un mismo aire, el que oxigena nuestros cuerpos.


Trayendo a colación




OTRA PARTE DE LA PRIMERA PARTE DE UNA NOVELA EN PROCESO

A mí, muchas veces me han escogido para redactar informes pensando quizás que sé mucho de esto y vean, no más, el enredo en que estoy metido. Alguien con dos dedos de frente, a estas alturas ya estuviera poniendo los puntos sobre las ies, en cambio a mi siempre me ha resultado más sencillo desenredar una mata de patilla que tejer cualquier historia. ¡Pensar que algo vivido debería ser algo fácil de narrar! A veces no se ni por donde empezar. Además con ustedes presionando para luego adquirir el libro pirata; no me parece justo en lo más mínimo. Cómo tampoco me parece justo lo que le hice a Gregoria, ¡mi Goya que tanto amé! Sin ser cobarde, no tuve el valor de defender nuestro amor cuando sus padres me llamaron a relación: “consentimos, de hecho estamos gustosos, el problema es que ustedes los de la ciudad solo vienen a babearnos a nuestras muchachas”. ¡Si me hubieran visto ustedes, con afro y pantalones bota ancha! Aunque en realidad eso fue una especie de negociación, “¿que año cursas?”, me preguntaron en tono fuerte. “Cuarto de bachillerato”, les contesté en tono débil. “¿Que plazo pones para lo del matrimonio?”, volvieron al ataque. “A ver… en dos años termino el bachillerato, y seis de universidad, porque voy a estudiar una carrera que dura seis años; eso, sin meter los dos de tesis…”. El abuelo de Goya, ¡mi Gregoria amada!, me interrumpió: “¡no señor!, consentimos, pero que el matrimonió sea ya”. En San Basilio cuando se trata de matrimonio no le dan muchas largas a la cosa, ya están ustedes advertidos.

A Gregoria, ¡mi Goya del alma!, la conocí haciendo mis averiguaciones concernientes a los días en que Pepe se vio obligado a trocar la escuela por la cantina. El papá de ella fue precisamente el compañero de cantina, quien le decía, “aquí te mandó este papelito”, y al instante: “si supieran cuanto nos amamos, tal vez entenderían mejor las cosas”, y, “ oiga cantinero, tenga la gentileza de repetirlo”. Y el cantinero, “maestro, esa ciruela está muy alta, en cambio ahí está Eugenia al alcance de su mano”. La percepción de mi padre respecto a mamá en el sentido de haberla visto flotando, yo no la sentí con la hija de su compañero de parranda, si bien ella tenía un no sé qué en la mirada que me afectó profundamente. En la primera oportunidad le recité mirándola fijamente a los ojos, de manera coloquial, las palabras que supuestamente Pepe le había dicho a mamá: “me han dicho que me tienes viviendo en tus pensamientos”. “Presuntuoso tú, yo ni siquiera te conozco”, me contestó moviendo nerviosamente la mirada. ¿Por qué será que en el amor los rechazos atraen? Es decir, surten un efecto contrario. Goya, ¡mi Gregoria de los suspiros!, no se dejaba ver. Quise ser el maestro de cualquiera de sus ahijados para inventarme la coartada mágica, le hubiese enseñado sólo a sumar y en el examen lo hubiera puesto a dividir para obligarlo a traer acudiente, quien no podía ser nadie diferente a su madrina, o de lo contrario ‘perdería’ no sólo el año, sino hasta el siglo completo.

Mis tías de San Basilio organizaron un convite en una de las fincas; le dije a la Nena, alcahueta prima, que la invitara. “Si va el engreído ese, no voy yo”, le dijo sospechando la intención oculta, y no fue. La que sí estuvo fue la Eugenia de esta historia, e igual que Pepe en su época, yo también padecí los síntomas del enfermo de amor y no había caso, mi corazón estaba completamente copado por el desprecio de Gregoria, ¡mi Goya de los tormentos! No quedaba espacio, pues, ni para la felicidad que otras pudieran ofrecerme.

Fíjense como son las cosas, yo sufriendo hasta el desgaste y ni siquiera sospechaba que las plagiadas palabras que le había pronunciado, habían logrado soltar las amarras de sus sentimientos al instante. Ella, evitando la posible etiqueta de demasiado blanda, libró vehemente combate interno y de ahí su resistencia. Las fuerzas se le agotaron porque tuve que ir a Sabanas por algunos días y pensó que me había ido decepcionado. Regresé el primer día de fiestas. En la caseta estaba hablando precisamente de ella con la Nena cuando se acercó, “me dijeron que dejaste de ser tan engreído... ¿Bailamos?” Ya bailando: “para ser barranquillero, francamente no sabes bailar; me aguanto los pisotones porque estoy enamorada”. Las fiestas de San Basilio tienen su encanto. 

Si mamá nunca bailó, ¿cómo sería el primer contacto, consintiendo, de ella con Pepe? Esta fase pertenece al bache de que les hablé antes, por eso no sabré decirles. Imagino que el ahijado volvió a jugar un papel importante ahora en la dirección contraria. Nunca dijeron ni pío al respecto.

Las fiestas duraron cuatro días, los dos primeros prácticamente abrimos y cerramos el baile. Vivíamos nuestro mundo sin pensar que por fuera se encontraba la realidad acechando con todos sus aditamentos. De lógica, ese concentrado de envidia y mala fe que anida en ciertas personas nos arroyó, porque según, estábamos muy descarados… ¿Ah?... ¿Qué cuando fue eso? Déjame pensar… eso fue en plena guerra fría, mucho antes de la gran cumbre, Reagan, Gorbachov; antes, incluso, de que el Junior conquistara su primer título. De lo que si estoy seguro es que hacía ratos se había pronunciado la frase: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”. De todas maneras Goya, ¡mi Gregoria amada!, fue llamada a relación: le impusieron la penitencia de no salir a la calle, “hasta que el ‘pelo letra de médico’ ese, no se haya ido del pueblo”. Sin conocer la medida tomada por sus padres, llegué a la caseta oliendo a fino porque un tío elegante se descuidó y me apliqué de su perfume. Apenas llegué, la Nena se me acercó para darme la noticia: “¡uuso niño, es que hueles a sabroso! Ve, no la dejaron salir por tu culpa”.

Lo buscado había sido encontrado, y de la mejor manera. Sentí lo que debió sentir Pepe. Esperaba que vinieran a trasladarme a otra caseta bien lejos, igual que a él trasladaron de escuela, para resistirme. No vinieron. Seguí el mismo camino de mi padre, me fui para la cantina con un primo que estaba peleado con su novia. Pedimos ron, solicité una canción añeja que parece dice: “si supieran cuanto nos amamos, tal vez entenderían mejor las cosas”. El cantinero dijo no saber de nada parecido. Encontramos, eso sí, una compuesta por Isaac Carrillo e interpretada por Colacho Mendoza: “ya no puedo volar como lo hacía de flor en flor, porque tú me quitaste las alas del pensamiento”. Después de desocupar varios frascos de licor, volvimos a la caseta.

Si mamá nunca bailó, para Pepe las cosas debieron ser más difíciles que para mí. El correo debió estar bastante activo. “papelito iba, papelito venía”, me dijo la única vez que le hice trampa: empecé hablándole sobre hechos anecdóticos del General Maza, cuando estaba embelesado lo fui arrinconando, haciéndome el inocente le dije que debía ser complicado el estar enamorado y no poder tocarle las manos a la novia, ni siquiera hablarle, ¿Pepe, como sería una relación así? Alcanzó a decirme lo de los papelitos; después se frenó en seco y ya no quiso seguir escuchándome cuando empecé a comentarle que el General obligó a los españoles capturados a decir Francisco, en mi intento por que pasara desapercibida mi osadía. Me puso la mano en el hombro y se fue alegando que ya iba a comenzar Kaliman. ¿Se acuerdan del radio rojo que nos regaló Anar Phoz?

La película mía en cambio se estaba filmando de forma sencilla, sin ningún sobresalto de peso, era hablar con los padres y eso bastaba, sólo que aun no estaba programado para tanta responsabilidad. Así meditaba sin prestarle atención a las bailadoras cuando ella se me plantó de frente: “esperé que mi papá se durmiera, no podía estar tranquila pensando que le pisabas los pies a otras, llévame para donde tú quieras”, me espetó. La cosa se puso seria, necesitaba la ayuda urgente de la Nena y a ella acudí. Eran las tres de la mañana y la Nena no había logrado convencerla de que se fuera para su casa, “no sé que vas a hacer conmigo, de aquí no me muevo”, decía ella. “Nena, entonces déjanos quedar en tu casa”, decía yo. “¡Estas loco!, ve Goya, vete antes que se levanten en tu casa, es mejor hacer las cosas con calma”, dijo desesperada porque notó que ahora era yo el que estaba perdiendo la cordura. Al fin Gregoria, ¡mi Goya del alivio!, claudicó y entró a su casa por un portillo del patio.

Al medio día La Nena fue a buscarme, me puso al tanto de todo: “el papá supo que ella se escapó anoche y que estuvo contigo en la caseta, la mandaron temprano para una finca que tienen por los lados del Playón de Orozco, aquí te dejó este papelito”. En el papel estaban las indicaciones de cómo llegar al lugar del destierro. No quise que lo supieran y a pie tomé solo el camino hacía Playón; había caminado un largo trecho, estaba pensando en la posibilidad de haberme equivocado de camino, quería regresar cuando divisé a un muchacho que venía en sentido contrario. Ya desesperado, le salí al encuentro. “¿Playón queda para allá?”, le pregunté. “Sí, para allá queda Playón”, me contestó. Estaba consciente de que el verdadero amor se edificaba sobre bases hechas a punta de sacrificios pero esto era demasiado, tres horas caminando, las esperanzas agotándose y el final del túnel parecía boca de lobo. Opté por sentarme a la sombra de una frondosa Ceiba, ya no pensaba en la amada sino en el trayecto de regreso. Aproximadamente media hora después de estar reposando la divisé, venía montada en una hermosa yegua. Al verme se tiró de la bestia y corrió hacia mí como en las películas mexicanas. Yo corrí hacia ella y nos abrazamos tan fuerte que ninguna fuerza podría separarnos. No diré más, aunque todo se sabrá si llegaren a leernos el capítulo que atañe a nuestras vidas cuando expiremos. ¿Se acuerdan de aquel pensamiento absurdo?

La mayor diferencia está en que Pepe se casó y fue feliz; mientras yo nunca fui librado de culpa, supuestamente no tuve el valor de amparar algo tan lindo. Ustedes dirán que estoy usando la posición más cómoda porque… “como ella no puede defenderse”. De todas maneras asumo las consecuencias y les presento la verdad objetiva: al muchacho que le pregunté si iba en el camino correcto, resultó ser el hermano de Gregoria, ¡mi Goya de los tormentos!, el que tuvo la misión de llevarla a la finca. Apenas hubo regresado le dijo al papá, “allá va el carajito ese”. Aquí tampoco hay comparativo alguno, toda vez que Pepe se presentó resuelto con un padrino, luego otro, y posteriormente con los dos. Así fue minando la resistencia hasta lograr el primer contacto directo. En mi caso fueron a buscarme. El viejo mando a dos hijos al anochecer, entre ellos estaba el que me había indicado el camino, lo reconocí y enseguida supe de las intenciones. “Tía Leti, aquí estos muchachos me solicitan”, ella comprendió y alertó a todo el que pudo. Allá, Pepe estaba decidido y tomó la iniciativa. Aquí, por el contrario, yo era requerido.

Cuando el abuelo de Goya, ¡mi Gregoria del desconsuelo!, dijo que estaban gustosos, pero para ya, noté un cambio de actitud, dejaron de presionarme, ella escuchaba atenta cada una de mis palabras, sus ojos imploraban, tuve ganas de abrazarla y de hecho iba a proceder. En esas, tía Leti entro en escena, “vamos, tú no tienes nada que hacer aquí”, dijo y me saco por el brazo. Al salir presencié el porqué del cambio de actitud, mis tíos y primos se peleaban cada espacio de la cerca para estar al tanto. A Gregoria, ¡mi Goya del olvido!, le pareció incorrecta mi salida sin definir nada y pasó de una dimensión a la otra: del gran amor, al gran odio. Le dijo a su papá, “no se preocupe más, estoy arrepentida de haberlo conocido”. En cambio, sin saber sobre esa posición radical, esperaba volver a verla, lo cual nunca se dio. Pepe encontró la felicidad en San Basilio, mientras yo tuve que irme a tocar mi música en otra parte. El destino tenía escrito que mis hijos tenían que nacer de otro vientre y en otra época, es mi convencimiento, aunque ustedes piensen que esa filosofía barata es producto de una conciencia bastante empachada.



PALABRAS EN EL COLUMPIO























Ochenta años para el universo, son apenas el tiempo de una vida humana; para esa misma vida humana, son todo un universo.

El alborotador crea el caos y se marcha. Su misión se cumple, asegurada la paga. Está, por conveniencia, contra los cambios.

Ella era la que trabajaba. Él, a todo honor, un vividor. Aun así, lo amaba hasta el delirio, por eso cada vez que lo llamaba por celular, un tanto celosa le decía, “prende la licuadora”; esto, para asegurarse de que él estuviera en casa. Obvio, la primera vez lo agarraron infraganti. En adelante él empezó a llevar la licuadora a todas partes. Les comento además que en el billar, ‘El Mono Canario’ le hacía la segunda imitando al pajarito de la casa. He ahí la película: timbraba el celular, apagaban la música, conectaban la licuadora, y cantaba el ‘pajarito’. Como la vida está diseñada para que no haya crimen perfecto, cualquier día ‘El Mono Canario’ se pasó de lo que fue, y cantó más de lo que no era. Ella con el sexto sentido alerta, notó la jugada, “viste, tú me estas engañando, ese no es el canario de la casa, cuando llegue hablamos”, le dijo. Moraleja: un canario pasado de lo que sea, puede dar al traste con lo sabroso de una vida.

Cayó en desgracia sin siquiera haber conocido la gracia.

-Señora, hágame el favor, ¿El Tunco se encuentra? 
 -¿Cual Tunco?... Él se llama Jorge... Jorge, para la próxima… ¿oyó? 
 -Perdón señora, si está Jorge, entonces… hágame el favor.
 -Así es, con respeto… Hey Tunco, aquí te buscan.

Si me vas a mirar, mírame bonito. O mejor, ni me mires. ¿Qué te has creído tú?

No son hijas de la edad, no señor, son canas genéticas.


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